Déjà Vu: O sobre cómo lo cotidiano se vuelve extraño y grotesco
Por: William Acosta.
El Déjà Vu se convierte, en este sentido, en un recordatorio inquietante y perturbador de que, aunque las circunstancias puedan cambiar, lo fundamental de la existencia parece inmutable, estando el animal humano atrapado en un bucle del que no se podría escapar, al menos hasta morir.
Al menos una vez en la vida puede llegar a experimentarse el fenómeno del Déjà Vu. Según algunas investigaciones, los Déjà Vu son frecuentes en personas que atraviesan por una situación extrema de ansiedad, estrés y agotamiento. Este fenómeno es entendido también como un tipo de paramnesia del reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se la hubiera vivido previamente. Wells (2018) sugiere que esto se debe a una disfunción en los mecanismos de reconocimiento de la memoria, lo que genera una sensación de familiaridad errónea (p. 897).
Desde una perspectiva más científica, se dice que este fenómeno representa un fallo cognitivo. Desde este punto de vista, según Cleary y Claxton (2018), el Déjà Vu puede ser interpretado como un error en la memoria o una confusión entre impresiones sensoriales presentes y recuerdos o memorias. Este fenómeno sería entonces una mezcla entre la percepción actual y una memoria vaga o incompleta que nos hace sentir que ya se ha vivido algo similar. El Déjà Vu suele interpretarse como algo que ya se ha vivido. Este fenómeno despierta un sentimiento de extrañeza, pues algunos incluso llegan a relacionarlo con una especie de premonición que no era posible recordar hasta que un evento determinado acontece y lo desata (p. 637).
Esto se debe también a que el Déjà Vu está relacionado a la actividad en el lóbulo frontal del cerebro, el cual es responsable del reconocimiento de familiaridad. De acuerdo con Nigro (2019), los individuos que experimentan un Déjà Vu muestran actividad cerebral en regiones relacionadas con la memoria y las emociones, incluyendo el hipocampo y la ínsula (p. 10). Es importante la aclaración científica, puesto que presenta mejores pruebas y argumentos. Sin embargo, toda investigación y resultados científicos son siempre interpretados de una u otra forma. Lo que se presenta aquí es, entonces, una interpretación filosófica a este fenómeno. Partimos del argumento científico para aclarar desde un principio que este fenómeno no tiene nada que ver con habilidades o talentos trascendentales o sobrenaturales que los charlatanes pueden adjudicarse para aprovecharse de los ingenuos.
Sería erróneo catalogar de “original” el concepto de Eterno retorno en la filosofía de Nietzsche. En la antigüedad ya existían interpretaciones similares acerca del tiempo; una de esas interpretaciones consistía en considerar el tiempo como algo cíclico: todo se repite. Pero esta repetición no consistía precisamente en que todo se reprodujera una y otra vez de una manera milimétricamente exacta a como ya había ocurrido antes. Esta repetición difiere en sus contextos, pero sus fenómenos parecen ser siempre los mismos. Así, por ejemplo, la Guerra es un fenómeno que se repite, pero en distintos puntos de la historia se han dado guerras por distintos contextos. La Segunda Guerra Mundial no se dio bajo el mismo contexto de la Primera. Y la Tercera tampoco se desencadenará por las mismas razones que las dos anteriores. Pero el fenómeno sigue siendo la Guerra. Esta es la ciclicidad a la que se referían los antiguos: todo se repite, aunque no de la misma manera. Desde esta perspectiva, proponemos interpretar el Déjà Vu como una repetición de algo que ya vivimos, ya que no puede procesarse como algo nuevo, debido a una falla cognitivo-perceptual. O, mejor dicho, algo de lo que no conocemos sus particularidades, pero sí su generalidad.
La Guerra en este caso no es simplemente un evento que se repite bajo contextos diferentes; es también una expresión cíclica de la condición humana, un recordatorio constante de que, a pesar de los avances tecnológicos y sociales, siguen atrapados en patrones de violencia y destrucción. El hecho de que las Guerras cambien en sus circunstancias, pero no en su generalidad, refleja una angustiosa realidad: el animal humano es incapaz de romper con este ciclo, o, quizá más trágico aún, con ningún ciclo. Si con este ejemplo cada conflicto bélico es, en el fondo, una repetición, ¿qué dice esto sobre la condición humana? ¿Está condenado el animal humano a repetir los mismos errores, una y otra vez, sin esperanza de escapar de esos bucles?
El Déjà Vu parece entonces basarse en el reconocimiento de dicha generalidad, más no en el reconocimiento de sus particularidades. Las particularidades son lo que podría hacer que un hecho pueda ser interpretado como algo nuevo, pero la falta de su reconocimiento conlleva a tomar en cuenta mayormente a la generalidad, incluso de manera involuntaria, pues el cerebro siempre necesita dotar de coherencia y sentido a aquello que el individuo está experimentando -es parte del sentido de identidad que su autoconsciencia desarrolla-. La generalidad que se re-conoce es lo que genera ese extraño sentimiento de haber vivido algo con anterioridad. En este sentido, el Deja Vu implica encontrarse nuevamente en un punto en el que ya se había estado -como el ejemplo del párrafo anterior.
El fenómeno del Déjà Vu puede entenderse como una experiencia que se basa en el reconocimiento de una generalidad, más no en la percepción clara de sus particularidades. Al experimentarlo, lo que el cerebro parece captar es una estructura o patrón que resulta familiar, pero sin los detalles que diferencian el evento actual de cualquier otro acontecimiento del pasado. Esto puede verse con más claridad en los traumas, ya que estos se presentan en la memoria cuando un acontecimiento los desata, haciendo que el individuo re-experimente algo que ya ha vivido, siendo impedido así de experimentar ese nuevo acontecimiento como algo distinto de otro acontecimiento pasado. En otras palabras, la mente no reconoce lo específico, lo novedoso de cada situación, sino que se enfoca en un esquema general que le resulta familiar. Para ilustrar esto, podemos pensar en la sensación de estar en un lugar por primera vez y sentir que ya hemos estado allí antes. La mente no recrea una imagen precisa de cuándo o cómo estuvimos allí, sino que lo que activa esa sensación de familiaridad es la estructura del evento: el tipo de lugar, la disposición de los objetos, las acciones que estamos llevando a cabo. Lo que se reconoce, entonces, no es la particularidad de ese momento o lugar, sino la generalidad del acto de estar en un lugar similar, bajo circunstancias que guardan una relación vaga con experiencias anteriores.
Este proceso se alinea con el funcionamiento de la memoria humana, que no siempre recuerda con precisión los detalles, sino que tiende a operar a partir de patrones y asociaciones generales para darle coherencia y sentido a la experiencia continua. El Déjà Vu, en este sentido, es la manifestación de un fallo o «atajo» cognitivo en el que el cerebro re-construye el presente basándose en elementos abstractos de la memoria, confundiendo lo nuevo con lo ya vivido. La generalidad reconocida produce una sensación de familiaridad, mientras que la falta de reconocimiento de las particularidades crea esa confusión característica del Déjà Vu. Durante este fallo cognitivo, la mente parece tener dificultades para reconocer y dotar de coherencia y sentido a la experiencia por la que el individuo está atravesando. Debido a esto, la mente recurre a la identificación de patrones generales y familiares, valiéndose de la memoria, para que el individuo pueda procesar su experiencia inmediata de alguna manera.
La distinción entre generalidad y particularidad es crucial, ya que permite comprender por qué el Déjà Vu no es simplemente una repetición de una sensación o memoria, sino una distorsión: las particularidades de la situación actual (el momento, las personas presentes, los detalles específicos) son nuevas, pero el cerebro ignora estos hechos en favor de una estructura general que siente haber experimentado con anterioridad para darle sentido y coherencia a la experiencia por la que atraviesa en ese momento el individuo. Esta incapacidad para procesar adecuadamente lo nuevo genera la sensación inquietante de estar «repitiendo» algo, cuando en realidad lo que se repite es un patrón, y la mente lo procesa como un recuerdo que, paradójicamente, se está viviendo.
El Déjà Vu puede entenderse como una experiencia que nace del reconocimiento de una generalidad, una estructura abstracta que el cerebro identifica como familiar, a la vez que ignora las particularidades que harían evidente que el evento es nuevo o novedoso en sus detalles. Esta distinción entre generalidad y particularidad no solo ayuda a explicar el Déjà Vu desde una perspectiva cognitiva, sino que también puede llevarnos a reflexionar sobre cómo la mente humana busca, de manera constante, dotar de coherencia y sentido a la experiencia, incluso a costa de distorsionar la percepción que el individuo tiene de la realidad.
Douglas Hofstadter (2008) desarrolló el concepto de Bucles Extraños para referirse a las paradojas del viaje en el tiempo. De acuerdo a Hofstader estos Bucles Extraños implican una alteración fatídica entre la distinción habitual de causa y efecto. Desde esta perspectiva, el Déjà Vu puede ser incluso interpretado -de manera metafórica obviamente- como un viaje en el tiempo, ya que este fenómeno desdibuja la relación de causa y efecto, lo que explicaría ese sentimiento de haber vivido un determinado acontecimiento -viaje al pasado- o el sentimiento de haber previsto lo que iba a pasar -viaje al futuro-. Esta metáfora ayuda a dilucidar el hecho de que en el Déjà Vu existe una distorsión, no solo del tiempo, sino también del espacio en el individuo que experimenta tal fenómeno. Esta distorsión espacio-temporal, que implica también una distorsión en la relación causa-efecto, implica un fallo o alteración cognitiva. Esto implica una perturbación en la percepción de la realidad. Esta perturbación genera una sensación de extrañeza frente al mundo.
El concepto de Bucles Extraños desarrollado por Douglas Hofstadter ofrece una metáfora interesante para entender el fenómeno del Déjà Vu. En su obra, Hofstadter utiliza esta noción para describir las paradojas relacionadas con el tiempo, en las que las distinciones habituales entre causa y efecto se desdibujan, creando una especie de bucle donde lo que parece ser una consecuencia también puede ser visto como una causa. Aplicando esta idea al Déjà Vu, podemos interpretarlo como un momento en el que la percepción lineal que el individuo tiene del tiempo se distorsiona, generando la sensación de que el pasado y el presente están inextricablemente ligados en una experiencia única, llegando a experimentar los entes del mundo como una especie de anomalías ontológicas. Este puede deberse a que el Déjà Vu, al generar la sensación de lo extraño, faculta la percepción de desnaturalización del mundo al exponer su inestabilidad, ya que rompe con la percepción cotidiana del mundo.
Cuando una persona experimenta un Déjà Vu, parece que está ocurriendo una alteración en la percepción temporal: lo que está sucediendo en el presente se siente como un eco del pasado, pero también como una especie de premonición. Esta experiencia desdibuja las fronteras entre lo que ya ocurrió, lo que está ocurriendo y lo que se creía haber sabido que ocurriría. Si bien no se trata de un viaje físico ni literal, en el plano mental y perceptual, el individuo se encuentra atrapado en un bucle donde las nociones de causa y efecto dejan de ser claras. Su percepción sobre el mundo se siente como algo extraño, algo fuera de lugar, algo grotesco que irrumpe de manera abrupta su cotidianidad.
Este bucle extraño y grotesco en el que se encuentra el individuo le hace dudar de la linealidad del tiempo, ya que el presente se superpone con un pasado que no puede recordar con claridad, y con un futuro que cree haberse anticipado de manera involuntaria. En este sentido, el Déjà Vu puede ser visto como una anomalía cognitiva que rompe con la experiencia habitual del tiempo, llevándolo a una sensación de simultaneidad entre eventos que, en teoría, deberían estar separados. La distorsión de la relación causa-efecto es fundamental aquí, ya que el cerebro percibe algo que parece haber ocurrido antes (causa), pero que se está manifestando por primera vez en el presente (efecto), creando una paradoja de la percepción temporal. Esta percepción alterada conduce a una confusión de nivel ontológico. En el Déjà Vu las cosas parecen encajar perfectamente como se han “previsto” que lo harían. Pero es una “perfección” que desconcierta, generando la sensación de que, aunque las cosas parezcan encajar, hay algo que no encaja en cómo se percibe la realidad.
El concepto de Hofstadter ayuda a enriquecer esta idea: el Déjà Vu no es solo una falla en la memoria, sino una especie de «bucle extraño» en el que las reglas normales del tiempo y la causalidad se suspenden momentáneamente. Es como si el individuo quedara atrapado en una estructura circular de percepción, donde el presente y el pasado (o incluso el futuro) se entrelazan de manera confusa. Esta percepción o esta sensación no es permanente, por supuesto, pero su impacto puede generar un profundo desconcierto, precisamente porque desafía las nociones habituales de cómo creen los individuos que debería funcionar la realidad. Conduce a ciertos individuos incluso a reconsiderar lo que es real. El Déjà Vu provoca una perturbación cognitiva y perceptual de lo que los individuos creen que es el mundo, su vida, la realidad o la existencia.
Al comprender el Déjà Vu como lo hemos hecho hasta ahora, también podemos explorar las implicaciones existenciales de esta experiencia. Si la vida es, como sugieren algunas filosofías, una serie de repeticiones, el Déjà Vu sería una manifestación puntual de esa repetición en un contexto cognitivo. El bucle extraño y grotesco del Déjà Vu podría interpretarse como un recordatorio de que los individuos están constantemente repitiendo patrones en su vida, aunque no sean conscientes de ellos. Es como si este fenómeno permitiera vislumbrar de manera fugaz la naturaleza cíclica de la existencia, donde los eventos, aunque aparentemente nuevos, no hacen más que seguir trayectorias similares a las que ya han recorrido.
Así, el desarrollo de la idea del Bucle Extraño y grotesco aplicado al Déjà Vu no solo explica la experiencia desde un punto de vista cognitivo, sino que también abre una puerta a la reflexión filosófica sobre la naturaleza del tiempo, la repetición y el sentido de la vida. El Déjà Vu se convierte, entonces, en un símbolo de la paradoja temporal que enfrenta la condición humana: aunque crean que sus vidas son lineales y que progresan en una única dirección, hay momentos en los que experimentan una ruptura de esa percepción; si no hay linealidad, tampoco habría progreso. ¿Cómo podría haber progreso en la ciclicidad?
El fallo o alteración cognitiva que yace tras el fenómeno del Déjà Vu implica dotar de un sentido anterior a algo nuevo que ese experimenta. La dotación de dicho sentido es independiente de la voluntad individual, ya que es un proceso mental que se da por fuera de la aparente autonomía humana. La mente tiene procesos de los que los individuos no son conscientes en buena parte. De aquí que el Déjà Vu produzca la sensación de estar frente a algo que ya se ha vivido, pues de esa manera el cerebro dota de sentido y coherencia a la experiencia inmediata del individuo en cuestión.
Los individuos tienden a desarrollar la ilusión de que las cosas siempre deben o pueden ser diferentes. Es parte de la ilusión del libre albedrío: la gente necesita creer que tiene el control de sus vidas. De aquí que el Déjà Vu genere incluso un estado de desconcierto en quienes lo experimentan, precisamente porque de manera involuntaria el individuo es expuesto a la repetición, a un bucle, a una ciclicidad. La exposición a este fenómeno puede dejar una marca duradera en quienes lo experimentan, precisamente porque si se ahonda en él, pueden concebir la vida misma como una constante repetición de lo mismo, pero de formas distintas: se enferman una y otra vez, se enamoran una y otra vez, se desilusionan una y otra vez, cambian una y otra vez. Incluso, en términos más generales, existe la teoría de que el universo pudo haber existido, y existirá, más de una sola vez. El Déjà Vu refleja en este sentido la condición cíclica de la existencia. El Déjà Vu es esa grieta mediante la cual los individuos pueden vislumbrar que su existencia es más incomprensible de lo que creen.
Esta percepción puede generar diferentes reacciones en cada individuo, pues cada uno tiene experiencias distintas, aún frente a un mismo fenómeno: algunos podrían estar satisfecho con que algunas cosas se repitan en sus vidas; otros, sin embargo, entrarían en un estado angustia, ansiedad o desesperación. Esto dependerá fundamentalmente de qué tan satisfecho esté cada uno con la vida que ha tenido hasta el momento. Así, el Déjà Vu también refleja la falta de autonomía que tiene el ser humano, pues no puede evitar la ciclicidad de los fenómenos que acontecen en su vida, suceden con independencia de sus deseos y anhelos. El Déjà Vu devela sus vidas no como el resultado de lo que han querido, sino de lo que han podido hacer con lo que disponían. Esto desafía la creencia en la libertad, pues no existiría entonces algo que el animal humano pudiese hacer, precisamente porque no puede hacer nada.
La creencia en la libertad es precisamente eso: una cuestión de fe, no de un hecho. A buena parte de los individuos les parece inconcebible la idea de no poder controlar sus vidas. Han llegado incluso a poner su sentido existencial en ello. Así mismo, la pérdida de sentido es un fenómeno cíclico que ejemplifica el estado de desconcierto al que puede inducir el Déjà Vu. ¿Si todo se repite, qué valor hay en cada repetición? La libertad tiene su punto de encuentro con la teología en que precisamente ambos dependen ineludiblemente de la fe. Si la fe reside en la irracionalidad, tal como proponía Kierkegaard, la creencia en la libertad implicaría una actitud irracional frente a la existencia. Cabría preguntarse entonces si ha de vivirse racional o irracionalmente. ¿Cuál es la mejor forma de vivir?
Esta ciclicidad existencial involucra tanto aspectos éticamente positivos -felicidad- como negativos -sufrimiento-. Quienes cavilan sobre estos aspectos de la vida pueden llegar a entenderla como una especie de teatro con bromas de mal gusto en el que los individuos están jugando a ser alguien, tal como Shakespeare lo mencionó en su momento. Quien se toma muy en serio su personaje y la obra que le tocó representar, se lamentará incluso por cosas que, mientras más se alejan en el tiempo, más insignificantes parecen ser. En este sentido, el Déjà Vu les recuerda que repiten una escena en esta absurda obra de la existencia, pues si no hay linealidad, no hay progreso. Y sin progreso, no hay un inicio ni un final: la meta es un delirio.
Este enfoque del Déjà Vu sugiere que esta experiencia no es solo una curiosidad sobre una falla cognitiva, sino un reflejo de un malestar más profundo en la condición humana. Si el Déjà Vu recuerda la repetición constante de la vida, puede verse en él un símbolo de impotencia humana frente a la inevitabilidad de esos ciclos. La familiaridad que sienten al experimentar un Déjà Vu es una metáfora de su incapacidad para salir de los patrones que los definen. Creen poder manejar sus vidas, pero el Déjà Vu, este fallo cognitivo, devela esta creencia como un mecanismo mental para integrar su percepción del “yo”. La fe en la libertad entra en crisis.
La ciclicidad de la vida individual se manifiesta de muchas formas: se repiten emociones, decisiones y errores con variaciones menores, pero con un fondo siempre idéntico. La pérdida y la búsqueda del sentido de la existencia también se repite. El Déjà Vu se convierte, en este sentido, en un recordatorio inquietante y perturbador de que, aunque las circunstancias puedan cambiar, lo fundamental de la existencia parece inmutable, estando el animal humano atrapado en un bucle del que no se podría escapar, al menos hasta morir. Y con cada nueva vida, con cada nuevo ser que trae al mundo, este teatro adquiere nuevos actores, nuevos contextos, pero los fenómenos son los mismos: problemas de sentido, la consciencia de la muerte, guerras, felicidad, alegrías, dolor, sufrimiento…
William Acosta. actualmente radicado en Rusia cursando una maestría, es licenciado en Filosofía por la Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador y consultor filosófico acreditado por el Instituto Español de Prácticas Filosóficas. Es miembro del Centro Filosófico Amawtay, donde ha participado en diferentes proyectos relacionados con la reflexión filosófica y realizando ponencias universitarias.
Referencias:
- Cleary, A., & Claxton, A. B. (2018). Déjà Vu: An illusion of prediction. Psychological Science, 29 (4), 635-644.
- Hofstadter, D. (2008). I Am a Strange Loop. New York: Basic Books.
- Nigro, S., Cavalli, S. M., Cerasa, A. et al. (2019). Functional Activity Changes in Memory and Emotional Systems of Healthy Subjects with Déjà Vu. Epilepsy & Behavior, 97. 8-14.
- Wells, C.E., O´Connor, A. R., & Moulin, C. (2018). Déjà Vu experiences in anxiety. Memory, 29, 895-903.
Imagen tomada de animalpolitico.com e intervenida digitalmente.