El absurdo y la espera en El coronel no tiene quien le escriba

Por: J. Barish

 

En El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez nos enfrenta a la crudeza del tiempo, la esperanza absurda y la dignidad en medio del abandono. La novela no ofrece redención ni justicia, solo la certeza de que la vida sigue, sin importar cuán despiadada sea.

 

Yo crecí en una casa llena de libros. En mi infancia, la televisión era una caja extraña a la que teníamos poco acceso. Con mi hermano leíamos, jugábamos juegos de mesa o íbamos al parque. Para mí, los libros eran magníficos: tenían dibujos hermosos y mi hermano me enseñaba las letras. Aún creo que, a través de los libros, podemos conocer el mundo.

Mi papá leía mucho y después nos contaba. En su estudio tenía una sección con libros “no aptos para nuestra edad”. De niña, no entendía por qué, pero más grande sí. Sin embargo, en aquel entonces decidí conscientemente desobedecer. Era una niña obediente—lo fui hasta los 14 años—pero la única norma que rompí fue sobre lo que podía o no leer. Así que, poco a poco, fui sacando libros de la sección prohibida y los acomodaba de nuevo para que no se notara el espacio vacío. Entre esos libros estaban Carrie, El retrato de Dorian Gray, La metamorfosis (ninguno de los cuales recomiendo leer antes de los 15) y El coronel no tiene quien le escriba. Años después supe que este último estaba ahí por error, pero lo leí simplemente porque no podía hacerlo. Mi papá decía que era uno de sus libros favoritos y que tenía el mejor final de todos. Veinte años después, sigo creyendo que en esto tenía razón.

En El coronel no tiene quien le escriba, Gabriel García Márquez (1983) nos presenta la tragedia de un hombre condenado a la espera infinita, atrapado en la indiferencia de un mundo burocrático que se niega a reconocer su existencia. Como Sísifo empujando su roca sin cesar (Camus, 2007), el coronel repite cada viernes el mismo ritual: acudir a la oficina de correos con la esperanza de recibir la carta que le anuncie su pensión. Pero la respuesta es siempre la misma: el silencio. En esta rutina sin sentido se encarna el absurdo de la existencia.

Desde la primera página, el hambre y la precariedad son la condición fundamental del coronel y su esposa. «El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita» (1983, p. 3), un detalle mínimo que sintetiza la miseria cotidiana de la pareja. Sin embargo, el coronel se aferra a una esperanza que su esposa considera insensata: «Es una ilusión que cuesta caro» (1983, p. 11). Ella encarna la voz del realismo crudo, del pragmatismo que confronta la fantasía de un futuro mejor, mientras él sigue alimentando su fe en una justicia que nunca llega.

El tiempo en la novela es circular y opresivo. La burocracia reduce la existencia del coronel a una serie de repeticiones vacías: «No dicen nada de los veteranos- preguntó. Nada, dijo el coronel (…) hace como cinco años que no dicen nada» (1983, p. 15). Su lucha no es solo contra el hambre, sino contra la negación absoluta de su ser por parte del Estado. «¿Nada para el coronel?- El coronel sintió el terror. El administrador se echó el saco al hombro, bajó el andén y respondió sin volver la cabeza: -El coronel no tiene quien le escriba-» (1983, pp. 23-24), le dicen, y en esas palabras se confirma su condición de hombre olvidado, sin relevancia ni lugar en el mundo.

El gallo, un elemento recurrente en la narración, funciona como un símbolo dual: es tanto una carga como una promesa incierta de futuro. Mientras su esposa lo ve como una boca más que alimentar, el coronel lo considera una inversión en la esperanza, un objeto de fe en un porvenir mejor. «Es un gallo contante y sonante» (1983, p. 46), afirma, convencido de que la espera por la pensión puede sustituirse con la expectativa del triunfo en el ruedo. Sin embargo, este optimismo es tan absurdo como la creencia en que la carta llegará algún día. En este sentido, el gallo es otro eco del mito de Sísifo: empujar la roca o alimentar al gallo son esfuerzos igualmente fútiles, pero necesarios para sostener la voluntad de vivir (Camus, 2007).

Pero si el coronel es una figura del absurdo, también lo es de la rebelión. Camus (2007) plantea que, ante la certeza de un universo indiferente, la única respuesta posible es la aceptación y la resistencia. El coronel lo expresa con firmeza cuando, frente a la pregunta desesperada de su esposa sobre qué comerán, responde con ironía y determinación: «No sé- dijo el coronel-. Pero si nos fuéramos a morir de hambre ya nos hubiéramos muerto» (1983, p. 35). La vida se sostiene sobre promesas huecas, pero mientras siga vivo, seguirá esperando. «La ilusión no se come» –le dice su esposa– «No se come, pero alimenta» (1983, p. 46). Este diálogo sintetiza la tensión entre la desesperanza y la fe irracional que lo mantiene en pie.

La lluvia, que aparece en varias escenas de la novela, refuerza la sensación de estancamiento y desesperanza. «La lluvia es distinta desde esta ventana» –dice el coronel–, a lo que su esposa responde: «La lluvia es la lluvia desde cualquier parte» (1983, p. 41). Esta breve conversación simboliza la diferencia entre ambas visiones del mundo: mientras el coronel se aferra a la ilusión de que algo puede cambiar, su esposa entiende que la realidad es inmutable y hostil.

En El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez nos enfrenta a la crudeza del tiempo, la esperanza absurda y la dignidad en medio del abandono. La novela no ofrece redención ni justicia, solo la certeza de que la vida sigue, sin importar cuán despiadada sea. El coronel, como el hombre absurdo de Camus (2007), no se rinde ni se engaña. Simplemente sigue adelante, y cuando se enfrenta a la pregunta definitiva sobre su destino, responde con una sola palabra cargada de desafío y resignación: «Mierda» (1983, p. 72).

 

J. Barish.Escritora inexperta, estudiante continua, soñadora, cantante frustrada, fanática de los adjetivos.

Referencias

  • Camus, A. (2007). El mito de Sísifo. Losada
  • García Márquez, G. (1983). El coronel no tiene quien le escriba. Círculo de lectores
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