El Estado: jerarquía y desigualdad
Por: Vicente Solano P.
En una época donde la desigualdad y la concentración del poder parecen prevalecer, repensar el Estado y su rol en la sociedad puede ser una oportunidad para imaginar estructuras menos jerárquicas y más inclusivas.
El origen del Estado ha sido objeto de debate y reflexión a lo largo de los siglos. ¿Es el Estado un componente esencial y natural de toda sociedad avanzada o, por el contrario, es el producto de dinámicas de poder y conflictos históricos que moldearon la organización social? Desde las teorías clásicas hasta las visiones antropológicas críticas, la concepción del Estado ha pasado de ser un supuesto orden necesario a una construcción histórica contingente, sometida a múltiples interpretaciones y análisis. Autores como Rousseau, Engels y Graeber han cuestionado las nociones tradicionales, invitándonos a explorar caminos alternativos para comprender las sociedades políticas.
Friedrich Engels, quien, en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, describe al Estado como una estructura destinada a consolidar las desigualdades. Según Engels, el Estado no nace para representar a todos los individuos, sino que actúa como un instrumento de la clase dominante para preservar sus privilegios y consolidar su posición frente a la clase trabajadora. Esta perspectiva critica la supuesta neutralidad del Estado y plantea que, en su esencia, podría ser una institución que profundiza o defiende la desigualdad.
A diferencia de Engels, David Graeber en su libro El Amanecer de Todo, en cambio, desafía la idea de que la complejidad social siempre requiere estructuras jerárquicas y coercitivas. Graeber sostiene que muchas sociedades antiguas lograron organizarse de formas complejas y cohesionadas sin depender de un aparato estatal centralizado. En su obra, Graeber sugiere que la centralización y la jerarquía no son requisitos inevitables de la organización social avanzada. De hecho, su concepto de “imaginación social” nos recuerda que las sociedades humanas han sido capaces de experimentar y crear múltiples formas de organización que no necesariamente requieren la presencia de un Estado en el sentido clásico. En este contexto, la “imaginación social” no solo es una capacidad creativa, sino una herramienta crítica que permite cuestionar la inevitabilidad de las jerarquías y del Estado, abriendo paso a la posibilidad de imaginar alternativas en las que el poder esté más distribuido y las relaciones de autoridad sean menos coercitivas.
Por otro lado, este debate también pone sobre la mesa la idea de que el Estado, en su forma moderna, podría ser una construcción que no necesariamente representa el bienestar de todos los ciudadanos. La historia de su origen parece más bien ligada a la necesidad de unos pocos de proteger su estatus y recursos frente a las presiones de aquellos menos privilegiados. ¿Podría, entonces, el Estado transformarse en una estructura que no solo sirva a los intereses de la clase dominante, ¿sino que promueva verdaderamente el bien común y la equidad? Si la organización política puede tomar muchas formas, como sugiere Graeber, entonces el desafío está en cómo estructurar un sistema que permita tanto el desarrollo como la distribución justa de los recursos.
Finalmente, la reflexión sobre el origen y la función del Estado nos lleva a preguntarnos por el tipo de organización política que deseamos para el futuro. En una época donde la desigualdad y la concentración del poder parecen prevalecer, repensar el Estado y su rol en la sociedad puede ser una oportunidad para imaginar estructuras menos jerárquicas y más inclusivas. Tal vez la verdadera función del Estado no deba ser la de controlar y proteger a unos pocos, sino la de garantizar la equidad y promover un acceso más justo a los recursos y derechos. En este sentido, la “imaginación social” podría ser la herramienta que nos permita construir modelos políticos alternativos, donde la cooperación y el respeto mutuo sean los pilares de una organización política más humana y justa.
Este enfoque crítico y renovado sobre la naturaleza del Estado nos invita a no aceptar ciegamente la centralización y la jerarquía como los únicos civilizatorios. En cambio, nos desafía a explorar formas en las que la política y la organización social puedan promover la igualdad. Quizás, en última instancia, el Estado que conocemos es solo una etapa en la historia de la sociedad política, y aún queda por descubrir qué otras formas de convivencia y desarrollo están al alcance de una sociedad que se atreva a imaginar y construir un mundo distinto.
Vicente Solano P. Aprendiz de filosofo del Derecho. Seguidor de Diógenes y realista crítico.
Imagen tomada de un.org e intervenida digitalmente.