Introducción a la Ciudad y el Orden
Paúl Cedillo.
el entorno que hemos construido y que habitamos es el reflejo del contexto socio-político y económico de sus habitantes. Y, a su vez, el entorno en que vivimos afecta nuestra identidad y la identidad cultural de la sociedad que vive en él. En otras palabras, cuando nosotros inventamos, o reinventamos nuestras ciudades, también nos estamos inventando y reinventando a nosotros mismos.
En nuestro imaginario colectivo, la ciudad utópica, con la que soñamos, la de las películas, es la ciudad del orden. Si hacemos el ejercicio mental, por un segundo, de imaginar la ciudad utópica, seguramente lo que proyectamos es una ciudad sin conflictos, donde las calles están perfectamente limpias, el transporte es eficiente, el tráfico no existe, donde todo funciona como un reloj mecánico, y donde todos los habitantes viven en completa paz y armonía. En este artículo me propongo plantear una posición distinta: no es la ciudad del orden, la que realmente deseamos, sino la ciudad del desorden.
Por lo que, en principio, me gustaría explorar el caso de dos ciudades:
La primera ciudad que quiero describir como ejemplo paradigmático de la ciudad del orden es Haarlem, una ciudad a 30 minutos en tren de Ámsterdam. Holanda es históricamente conocida por su eminente planeamiento urbano. Por tanto, no es sorprendente que Haarlem se distinga precisamente por estar planeada al punto de parecer un set de película; todo es impoluto, las calles están perfectamente adoquinadas, el asfalto es escaso, el verde de los árboles predomina en la mirada, las personas hacen deporte a la orilla de un canal diseñado con cisnes y flores, los niños juegan solos y seguros en los parques con sus mascotas y se mueven en pequeñas bicicletas.
En Haarlem, no se deja la basura a la vista, fuera de casa, para que la recojan camiones con personas que pasan por las mismas calles que todos, sino que se deposita en cámaras bajo tierra, disfrazadas de basureros urbanos invisibilizando la gestión de la basura. Los habitantes de la ciudad conocen las reglas, saben qué deben hacer y cómo, todo funciona de manera predeterminada. Desde depositar la basura hasta cruzar la calle, todo se desarrolla sin conflicto. Es, sin duda, la ciudad del orden. En el final de la trilogía del Señor de los Anillos, Frodo escapa a ‘the Undying Lands’, el paraíso elfo. La película no muestra el paraíso con claridad, sino que simplemente lo simboliza con la luz, dejando que el espectador imagine el resto. Haarlem es la ciudad de la luz en Holanda; no nos sorprenderíamos de encontrarnos a Frodo paseando por sus calles, pues encajaría a la perfección con un set perfectamente planeado.
Hagamos un viaje exprés, del idilio haarlemiense a Berlín o, en concreto, Neukölln, uno de los barrios más emblemáticos del este de la capital alemana. A simple vista, Neukölln es la antítesis de Haarlem. Está abarrotado de asfalto, suciedad, ruido y malos olores. Las paredes están cubiertas de grafitis, habiéndose convertido en seña identitaria del lugar. A diferencia de Haarlem, donde apenas se ven personas que no encajen con el estereotípico holandés, Neokölln es un distrito muy diverso, con un gran número de migrantes de Turquía y medio oriente. Es evidente el contraste de cómo una cultura ajena a la arquitectura soviética del este de Berlín habita sus edificios. La población turca se apropia de las calles para vender productos de toda variedad como lo harían en su país de origen. El conflicto del espacio y de la forma de habitarlo, se ha solucionado con estructuras temporales que los mismos habitantes han creado.
En definitiva, Neukölln se ha convertido en un crisol de distintas culturas. No existe una forma planeada, es decir determinada, de vivir la ciudad; cada comunidad tiene una forma distinta de habitar. El resultado es un conflicto constante, es caos. A pesar de ello, Neukölln es muy popular entre jóvenes artistas, activistas y estudiantes bohemios de todo el mundo. Sin duda, estas personas prefieren Neukölln a Haarlem. Prefieren la ciudad del desorden a la ciudad del orden.
A primera vista, podríamos apresurarnos a pensar que la respuesta a esta paradoja es simplemente monetaria. Pero no es el caso, hay lugares mucho más accesibles, y también idilicos, como lo pueden ser pueblos escondidos en España o Italia, que ahora están experimentando una desolación insostenible. Sin duda, el aspecto económico juega un rol, pero no es el único, ni el predominante necesariamente. Por ello, en este artículo me planteo explorar un aspecto más profundo de la identidad humana, y como esta se relaciona al orden y el desorden en el contexto urbano.
Hace más de cincuenta años, Lefebvre nos decía ya que el espacio social es un producto social. Es decir, el entorno que hemos construido y que habitamos es el reflejo del contexto socio-político y económico de sus habitantes. Y, a su vez, el entorno en que vivimos afecta nuestra identidad y la identidad cultural de la sociedad que vive en él. En otras palabras, cuando nosotros inventamos, o reinventamos nuestras ciudades, también nos estamos inventando y reinventando a nosotros mismos.
En este contexto, me gustaría tocar el tema de la libertad, y su relación con la ciudad del orden. La relación entre lo que somos y lo que la ciudad es, no es un reflejo ininterrumpido de nuestra cultura. Al contrario; está intermediada por quien tiene el poder de construir la ciudad. Por tanto, como dice Sennet, los deseos de quien construye la ciudad también están impuestos en ella. Esto es evidente si miramos el desarrollo del urbanismo durante los últimos dos siglos. Solamente hace falta pensar en Haussman o Le Corbusier, y entender el impacto que han tenido sobre millones de habitantes en ciudades como París y Brasilia.
Al vivir en una ciudad totalmente planeada, perdemos parte de la autonomía de nuestras acciones, todo lo que hacemos en lo que llamamos el espacio social, está enmarcado en los deseos de quien hizo la ciudad.
Al vivir en una ciudad totalmente planeada, perdemos parte de la autonomía de nuestras acciones, todo lo que hacemos en lo que llamamos el espacio social, está enmarcado en los deseos de quien hizo la ciudad. Si volvemos a nuestros ejemplos, vivir en Haarlem significa adoptar un modo específico de vivir. Cuando planeamos cómo se debe vivir en una ciudad, también, a su vez, restringimos otros modos de habitarla. En la ciudad del orden, no se puede ser un joven y hacer ruido toda la noche, los vecinos no te lo permitirían. O quizá, un ejemplo más controversial, no se puede imaginar a un artista urbano en Haarlem, mientras que en Neukölln encontraría su canvas. ¿Quién decide si se puede ser un artista urbano, o no? Al mudarte a la ciudad del orden, aceptas limitar tu libertad a ese orden.
Es bueno, recordar a Kant, en su ensayo sobre la vida cosmopolita, de 1784, “…de la madera torcida de la que está hecha el hombre, nada recto se puede construir”. Es decir, es imposible diseñar un orden perfecto, universal. Al planear ciudades, simplemente estamos estableciendo un orden, el orden de la persona, o las personas, que tienen el poder de construir la ciudad.
Si el espacio social que habitamos está relacionado con nuestra ontología, está también relacionado con el desarrollo de nuestras capacidades, no solo individuales sino colectivas. En este contexto, propongo que no solo no es posible crear la ciudad del orden, sino que tampoco es a donde deberíamos apuntar.
Kant, nos ofrece un ejemplo muy instructivo: la forma en la que los árboles se desarrollan en un bosque es a través del conflicto, no de la armonía. La pelea por el aire y por la luz permite que un árbol crezca verticalmente y tome altura, mientras los árboles que están aislados, crecen torcidos e irregularmente. De la misma manera, es en el conflicto donde encontramos el desarrollo de nuestras capacidades.
Volvemos a nuestros ejemplos, lo que significa para Neukölln la diversidad cultural, en medio del caos, es precisamente esto: la capacidad de desarrollarnos como individuos, y a su vez, desarrollar nuestra capacidad colectiva como sociedad. Es entonces fácil entender por qué los artistas prefieren Neukölln a Haarlem. El contacto directo y constante con estímulos diversos, en la ciudad, nos abren las puertas para entender otras formas de habitar la ciudad. Y es, también, la ausencia de un orden impuesto lo que genera conflictos. Pero, precisamente, es en el afán de resolver estos conflictos que nos planteamos alternativas distintas para solucionarlos y cohabitar.
Sennet nos dice que, en ciudades como esta, a las que nosotros llamamos ciudad del desorden, es que el hombre gana conciencia de sí mismo. Es, a través de observar la diversidad, que nosotros observamos e intentamos definir nuestra propia identidad, que nos preguntamos qué es lo que funciona en la sociedad y que es lo que no. Es el desorden, y el conflicto, lo que plantea nuestras dudas, mientras que la ausencia de ello nos deja en un estado de comodidad, es decir de intransigencia. Reconocer el conflicto como una necesidad para el desarrollo humano, un símbolo de madurez. Escoger el desorden, en este sentido, es pasar a una adultez cognitiva.
John Stuart Mill, en su libro seminal sobre el utilitarismo de 1863, nos hablaba ya de por qué los placeres altos, en este caso el desarrollo de nuestras capacidades, es preferible a los placeres bajos, como la comodidad y la estabilidad. Es cierto, hay un precio que pagar por la libertad de desarrollar nuestras capacidades, y el precio es el caos.
Para terminar, entonces, si John Stuart Mill diría que «es mejor ser un humano insatisfecho, que un cerdo satisfecho; que es mejor ser Sócrates insatisfecho, que un tonto satisfecho», yo me atrevo a decir que «es mejor estar insatisfecho en el caos, que estar satisfecho en orden, es mejor estar insatisfecho en Neukölln, que estar satisfecho en Haarlem».
Bibliografía:
- Kant, I. (2006). ‘Idea for a Universal History from a Cosmopolitan Point of View’ (‘Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht’) (1784). In German Idealism (pp. 283-). Edinburgh University Press. https://doi.org/10.3366/j.ctvxcrxbr.21
- Lefebvre, H. (1991). The production of space. Basil Blackwell.
- Mill, J. S. (1863) Utilitarianism. London, Parker, son, and Bourn. [Pdf] Encontrado en Library of Congress, https://www.loc.gov/item/11015966/.
- Sennett, R. (1970). The uses of disorder: personal identity & city life. ([1st ed.]). Knopf.
- Sennett, R. (2023). Building & dwelling ethics for the city. Yale University Press.
Traducciones por el Autor
Imágen tomada de berlin.de e intervenida digitalmente.