La ciudad hamburguesada como anomalía de clase
Cuenca, 25 años después en la matrix del patrimonio cultural
Por: Pedro Jimenez-Pacheco
Poner la cultura al servicio del turismo resultó trágico, y más aún –aterrador– cuando se convirtió en el fin último del espectáculo urbano.
Inicio explicando brevemente dos casualidades que ayudan a comprender mejor el título del artículo. En primer lugar, el algoritmo de reconocimiento de voz que traduce automáticamente los textos en los reels de TikTok ha considerado que mis palabras “ciudad aburguesada” (en el extracto de una entrevista) podrían entenderse mejor si deletreaba: “ciudad hamburguesada”. Confieso que he disfrutado mucho del equívoco ‘no intencional’ de la máquina de aprendizaje y voy a explotarlo. En segundo lugar, me valgo de una maravillosa coincidencia acerca del doble aniversario que se cumple este 2024 en torno a dos momentos legendarios para la ciudad que habito y la historia del cine: El 1 de diciembre se cumplirán 25 años de la declaratoria de Cuenca como patrimonio cultural de la humanidad; y hace poco, en marzo, también se celebraron 25 años del estreno de la película Matrix, de las –ahora– hermanas Wachowski, la cual, en mi criterio, desafió los límites de la percepción y la realidad.
Bajo esta perspectiva, se puede considerar que cuencanas y cuencanos hemos vivido los últimos 25 años en una ilusión llamada patrimonio cultural, una acumulación de anhelos de nuestra petite bourgeoisie intelectual, un baño de espectralidad del pasado que nos ha costado preservar a todos, y de lo que se han aprovechado sólo unos pocos. De hecho, sostengo que una generación de jóvenes y familias jóvenes hoy sufren ya las consecuencias de no prevenir los efectos de la mercantilización de Cuenca y su protagonismo en el mercado de ciudades de ocio global. Así, esta matrix bendecida por los signos del coloniaje, ciudad guapa y costosa, no ha llegado hoy ni siquiera a ser una ciudad aburguesada, a lo sumo, hamburguesada, ya que sus propias élites la miran con desdén y se proponen repararla. Por tanto, mi propuesta es que dejemos atrás esta simulación creada por las máquinas nostálgicas de la burguesía, y nos atrevamos –como el rebelde Thomas Anderson– a descubrir la verdad y volver a la realidad, aunque no sea tan refinada.
Nuestra responsabilidad como investigadores, más allá de la academia, es diagnosticar, pero sobre todo explicar las problemáticas que enfrentamos, y contribuir a proporcionar respuestas en escenarios presentes y futuros. ¿Explicar a quién? A todos los actores sociales, especialmente a la comunidad desamparada, a quienes les cuesta más el derecho a la ciudad; porque, aunque sufren lo cotidiano en primera fila, esto no es suficiente para intuir las causas y los efectos de la mercantilización urbana en sus propias vidas. Explicar también, con el objeto de traducir esta miseria a quienes administran la ciudad y toman decisiones. A ellos debemos advertir sobre la importancia de su gestión para mejorar las condiciones iniciales y convencerles de que si se puede influir –hoy– en la sociedad del futuro. Así, desde la honestidad intelectual, cabe ponerse a su disposición para acercarnos a esa verdad y colaborar en lo que haga falta.
Dicho esto, debemos alertar que tanto el turismo de élites como de masas no son la vida urbana, ni la elaboran; forman parte apenas de un simulacro de esa vida, y además la deterioran. Los turistas somos fantasmas en una ciudad. En esta dirección, el sistema de inversión inmobiliaria aprovecha todo lo que simula la matrix del patrimonio cultural en general y esta anomalía turistificada en particular. Ofrece una nueva vida por lo alto y panorámico, cerca de la mancha rosada del Google maps, los cuatro ríos y el tranvía. Su secreto es la localización y la paciencia, el lobismo es una estrategia. Por cierto, en la matrix festiva y multicultural de expats ‘adaptados’ hay otros programas, algunos defectuosos pero eficaces, como el ejército del control de la urbanidad y el ‘buen’ uso del suelo.
Mientras vivimos esta fantasía, a cada minuto las mangueras gordas del capital inmobiliario y de servicios para el ocio improductivo succionan el dinero de las transacciones urbanas. Es así como, en realidad, somos nosotros quienes terminamos adaptándonos, ya que trabajando [EN] la ciudad, debemos vivir bajo las reglas de economía urbana que imponen los que lucran [DE] la ciudad, encareciéndola sin frenos, vaciando los barrios, inventando amenities inútiles en edificios para simular la vida urbana, y diluyendo lo que solíamos creer que era nuestra cultura.
Frente a corrientes negacionistas acerca del proceso de gentrificación acelerado que sufren algunas centralidades de la ciudad, es mejor que unamos fuerzas sociales y recursos técnicos dentro y fuera de las instituciones para incidir en la planificación de lo público y la voluntad política que permitan repoblar esta ciudad espectral con vecinas y vecinos. El expediente del Plan parcial de las áreas históricas y patrimoniales de Cuenca en el que trabaja el Municipio desde hace varios años –y que actualmente es ‘socializado’–, en su diagnóstico prioriza con acierto la “gentrificación” y el abandono de residentes del centro, clasificando a esta problemática como crítica. No hay solución fácil y hay que diseñarla juntos, pero no podemos caer en la trampa de los inversionistas de siempre que se ennoblecen vendiendo la vida de centro en rangos que oscilan entre 1500 y 2500 dólares por cada metro cuadrado.
Una mayoría social se da cuenta que algo está pasando, y aunque no entienden bien qué es y por qué, saben que están obligados a vivir cada vez más lejos, convirtiéndose en visitantes en su propia ciudad, una ciudad que niega sistemáticamente a los suyos la posibilidad de vivir en ella –dignamente– con lo que ganan. Negarlo, por tanto, no ayuda a cambiar esta realidad, y ver hacia otro lado, a pesar de las advertencias, profundiza el problema y te hace cómplice de una ilusión siniestra. Comprendamos entonces que la cultura y el patrimonio tal como están siendo gestionados y tutelados se convierten en un obstáculo para que la gente común pueda vivir en la centralidad histórica. Poner la cultura al servicio del turismo resultó trágico, y más aún –aterrador– cuando se convirtió en el fin último del espectáculo urbano. Si al menos se entendiera al turismo como un medio más, tendría que encajar en un modelo de desarrollo sostenible; y para eso, debe ser regulado en el marco de una planificación social, obligándole a redistribuir los ingresos que genera gracias al esfuerzo del conjunto social.
Vivimos una cadena de fenómenos urbanos relacionados que requieren mucho análisis y generosidad de todos los actores involucrados. Acciones y decisiones sobre la regulación del mercado del suelo y el turismo, así como la sensatez para promover una cultura desde abajo, pueden transformar la vida de las siguientes generaciones y encaminarnos a un desarrollo equilibrado con menor desigualdad y crecimiento. Tal vez de esa forma, logremos despertar poco a poco en la matrix, pero no para cumplir el experimento burgués, sino para liberarnos del espectro patrimonial y diseñar una ciudad real en donde todas y todos tengamos lugar.
Pedro Jimenez-Pacheco. Activista por la rebelión del espacio vivido, Arquitecto (UCuenca), Doctor cum laude en Teoría Urbana (Barcelona Tech-UPC). Coordinador de Investigación y profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Cuenca, Director de la Revista científica Estoa. Investigador en CITMOV, miembro de diversas redes y comités científicos nacionales e internacionales.
Imagenes tomadas de youtube. Imagen de portada tomada de youtube e intervenida digitalmente.