La sociedad de los poetas muertos en la era del tecno-feudalismo
Por: Estefanía Cárdenas
La creatividad y el trabajo deben ser considerados como actividades dignificantes que otorguen significado a nuestras vidas, en lugar de ser vistos únicamente como medios para generar ganancias
“Carpe Diem (atrapen el día)… y hagan de su vida algo extraordinario.”
Con estas palabras, el protagonista de la película La sociedad de los poetas muertos, anima a sus estudiantes de literatura a romper las expectativas sociales para descubrir su propia vocación eligiendo actividades que les hagan felices sin importar las expectativas de su entorno. Esta cinta, estrenada en 1989 y dirigida por Peter Weir, ha resonado con las nuevas generaciones de estudiantes, ya que aborda el conflicto entre la conformidad y la búsqueda de la identidad personal.
El mensaje del profesor John Keating es claro: los estudiantes deben aprender a pensar por sí mismos y cuestionar lo establecido, independientemente de las consecuencias en su entorno; sin embargo, este llamado filosófico provoca -en la cinta- miedo y rechazo de las autoridades académicas; un miedo que, lamentablemente, también contamina a esos estudiantes. Este fenómeno refleja una lucha eterna entre la libertad individual y las presiones sociales.
A pesar de que han pasado varias décadas desde el estreno de esta película, el problema de la falta de libertad vocacional sigue vigente. La brecha entre lo que se enseña en las aulas, lo que los estudiantes desean aprender y la realidad laboral a la que se enfrentan es más amplia que nunca. Muchos jóvenes, temerosos de elegir carreras “sin futuro”, optan por caminos que les aseguran oportunidades laborales inmediatas, pero que a menudo son poco satisfactorios.
Además del dilema vocacional, debemos considerar la nueva realidad tecnológica, que complica aún más la integración laboral estable y satisfactoria. Vivimos en una sociedad que depende cada vez más de la inteligencia artificial (IA), lo que nos lleva a cuestionar la naturaleza del trabajo y el propósito de nuestras actividades laborales.
Cédric Durand (2020) denomina a esta etapa económica como “tecnofeudalismo”. Según el profesor en la Universidad de París XIII, el poder económico se ha centralizado en un número reducido de corporaciones tecnológicas, las cuales no solo acumulan capital, sino que también controlan la información.
Este nuevo tipo de poder transforma nuestras interacciones laborales y profesionales en parcelas de poder. Las grandes empresas tecnológicas, o Big Tech, nos ofrecen nuevas formas de trabajo que se alinean con nuestras vocaciones e intereses; no obstante, este cambio también genera ansiedad y miedo.
Un ejemplo claro de la dependencia tecnológica se vio durante la pandemia, cuando la mayoría de los profesores recurrieron a plataformas como Zoom y otros servicios de telecomunicación. También hemos visto un auge en el uso de redes sociales para la consulta de información, aplicaciones para la búsqueda de empleo y bases de datos con libros escaneados y revistas indexadas que provienen de la nube.
Esta realidad sugiere que, aunque la tecnología puede facilitar el acceso a la información y nuevas oportunidades, también plantea la inquietante posibilidad de que estas herramientas sustituyan el trabajo humano. Cada vez más profesiones se vuelven innecesarias y precarias en este contexto, lo que agrava la inseguridad laboral y perpetúa la alienación de los trabajadores.
En este sentido, es fundamental volver a la filosofía como guía de reflexión, así como revalorizar el desarrollo humano frente a la tecnocracia. La creatividad y el trabajo deben ser considerados como actividades dignificantes que otorguen significado a nuestras vidas, en lugar de ser vistos únicamente como medios para generar ganancias para las Big Tech, de las que somos cada vez más dependientes.
A propósito de esta problemática, Herbert Marcuse, en El hombre unidimensional (1964), critica la supresión de la libertad y el pensamiento crítico en la sociedad contemporánea. Sostiene que el ser humano, en tanto que trabajador, es reducido a una sola dimensión, lo que le priva de su capacidad para cuestionar su entorno, reflexionar y experimentar la soledad.
Esta crítica se vuelve cada vez más relevante en un mundo donde la sobreabundancia de información y la automatización amenazan con deshumanizar nuestras experiencias laborales y vitales.
Estefanía Cárdenas, aficionada a los libros, las pelis y conocer el mundo.
Referencias
- Durand, C. (2020). Technoféodalisme. Comment le capitalisme numérique nous réduit à l’esclavage.
- Marcuse, H. (1964). El hombre unidimensional.
- Nussbaum, M. C. (1995). Las fronteras de la justicia. La igualdad y la diversidad en la teoría política.
- Weil, S. (1951). La condición obrera.
- Marx, K. (1867). El Capital.
Imagen tomada de la película «La sociedad de los poetas muertos» e intervenida digitalmente.