Medicina recomendada para combatir la colectivización: el tercer espacio, un elemento en peligro de extinción
SACHNI.
«De este modo, el sentir que podemos ser parte de un espacio completamente democrático, abrazando lo inesperado, exalta la innata curiosidad humana por conocer aquello que desafía nuestras visiones más profundas de la realidad»
Referirse a los seres humanos como individuos sociales, ávidos por interacción con sus pares y aficionados al sentido de pertenencia, no es una idea nueva. De hecho, son incontables las observaciones sobre el modo en el que decidimos relacionarnos e interactuar con aquellos con quienes compartimos nuestro periodo de existencia. Ahora bien, ajenos a condiciones particulares de timidez, extraversión o comprensible descarga completa de batería social, los terceros espacios han fungido y -con mucha esperanza continuarán fungiendo- la elemental misión de encarar pensamientos discordantes y crear comunidad.
No obstante, en un mundo en el que la discusión de ideas contrarias es temida por el apresador riesgo de la cancelación social y los discursos de otredad radical están al orden del día, ¿pueden los terceros espacios aún existir? O, en su defecto, encaran su peligro de extinción ante la presente tendencia social de -selectivamente- consumir solo aquello que coincida con la cosmovisión del individuo.
Para iniciar, es conveniente la referencia al tercer espacio en su concepto -en lo absoluto sideral como parecería que insinúa- más enteramente sociológico. A finales del siglo XX, el sociólogo Ray Oldenburg introduce el término para puntualizar las diferencias entre la trilogía del primer espacio, el hogar; y, el segundo espacio, de índole productivo, nuestros trabajos o centros educativos. En cada uno de ellos se construye aprendizaje, pero con experticia notoria. Los third spaces de Oldenburg catalizan la estrechez de vínculos al cumplir con las refrescantes características de ser espacios neutrales, inclusivos, en los que la conversación es la actividad principal, accesibles, acogedores y de perfil bajo, al creer firmemente que la sustancia supera la apariencia.
Innegablemente encontramos disfrute en el sonido de tazas al deslizarse por las mesas, nos motiva impregnar la palabra dicha con el aroma de un café recién preparado, escuchar los pasos de las personas que entran y salen del lugar, existir y coexistir en comunidad. Incluso si guardamos una propensión por el aire libre, cuan agradable puede tornarse escuchar las risas de los niños explotando de energía en un parque, examinar el rostro de nuestros vecinos y compartir una que otra charla con los pintorescos personajes que entretejen el variado tapiz de los terceros espacios.
De este modo, el sentir que podemos ser parte de un espacio completamente democrático, abrazando lo inesperado, exalta la innata curiosidad humana por conocer aquello que desafía nuestras visiones más profundas de la realidad. Ya lo sugería Hemingway en su novela Fiesta (1926), los cafés y bares parisinos exponían la representación más genuina de los valores y sentir que perturbaba a la generación perdida de los años 20 y aquello nos invita a reconocer que el verdadero estudio o lectura de la realidad percibible yace en el contacto con los sitios en los que -con una bebida de por medio- encontramos en nuestros pares la versión miniatura de los efectos que las realidades macro tienen en las estructuras sociales.
A pesar de estas numerosas bondades, los terceros espacios enfrentan actualmente un intimidante fenómeno, resultado del periodo de convergencia completa entre espacios: la pandemia. Evidentemente, la imposibilidad de compartir presencialmente y el traslado de las actividades propias del primer, segundo y tercer espacio, a una esfera digital implica nuevos desafíos para su ulterior recuperación. Una recuperación consciente de las nuevas dinámicas de relacionamiento en los escenarios ficticios virtuales; facilitadoras de intolerancia que con un par de movimientos de dedos silencia opiniones, cancela perfiles y expone con las etiquetas más grotescas a nuestros pares. Ante esto, la conformación de un único gigante espacio digital -muy de estilo hobbesiano en su Leviatán– implica la obstaculización del encuentro en el plano vivencial, al hacer de la disfrutable actividad de discrepar más incómoda frente a frente que detrás de una pantalla.
En otras palabras, los terceros espacios crean comunidad porque implican aprendizaje relacional con estrechamiento de vínculos; no obstante, si la tendencia actual propone que los mismos vínculos pueden alcanzarse por medio de la afiliación a un grupo digital exclusivo para miembros con una lectura similar de la realidad, todo el concepto de comunidad con su sentido de pertenencia, calidez, posesión y reconocimiento de otredad encara una desvinculación crónica de los individuos. En este punto me permito aclarar que encontrar grupos con intereses similares no es negativo, por el contrario, se traduce en una disfrutable experiencia para sus miembros; los aprietos se evidencian cuando aquellos elementos en común se pregonan como los únicos aceptables para ser compartidos en los espacios y todo aquel razonamiento antagónico o levemente contrario se convierte en víctima del juicio más severo al que el peso de todo el cuerpo social se une.
Es por ello imperioso cuestionar las prácticas aceptables dentro del espacio digital y su aplicabilidad en los espacios reales pues lastimosamente -o afortunadamente- los terceros espacios eliminan la posibilidad de silenciar a alguien mientras comparte su perspectiva o eliminarlo del espacio al que por concepto todos podemos acceder. Así pues, no todo está perdido y el tercer espacio aún puede existir indiferente a las múltiples complicaciones que se le presentan, pues es válido considerar que mientras existan individuos, varios alimentarán y nutrirán sus inclinaciones por lo social. A menos que una infecciosa apatía crónica se tome todas las generaciones, el buen humor, discusión y camaradería presentes en los terceros espacios continuará siendo medicina para la buena salud de la comunidad.
A modo de cierre, el verdadero desafío para aquellos que mantenemos ideas que pueden resultar incómodas a discursos colectivistas tiranos de los terceros espacios es la recuperación de esos ambientes como lo que son íntegramente: espacios de interacción social libre, didácticos, jamás represores de la divergencia y por sobre todo igualadores, desenfadados y lúdicos. De esta manera, para disminuir la pesada influencia de la intolerancia, podemos empezar por acudir a gentiles acercamientos hacia nuestros pares desde el interés auténtico por conversar y compartir existencia. Dicho de otro modo, los terceros espacios están ahí, vigilantes de los vínculos humanos, abriéndose camino por todos los vecindarios, vivos ardientemente en los recuerdos de generaciones anteriores acerca de matinés, fuentes de soda, cafés y bares en los que las caras conocidas abundaban. Sí, han mutado a nuevas formas, más modernas y ornamentadas con los estilos estéticos en boga de los días presentes, pero atemporalmente se encuentran a la espera de ti, de mí y de todos cuantos valoran lo vibrante del encuentro con lo desemejante.
SACHNI.
Imagen tomada de discord.com e intervenida digitalmente.