Memoria y Silencio: Reflexiones sobre el Dolor y la Maternidad en Lo que fue el futuro
Por J. Barish
Las instituciones como las escuelas, hospitales, fábricas y prisiones ejercen un control sobre el cuerpo, optimizando su productividad a través de la administración del tiempo, el espacio y las actividades.
Cuando me enfrenté a la posibilidad de no poder quedarme embarazada empecé a leer más sobre mujeres que habían batallado con la infertilidad, las opciones de tratamiento, alimentación, y todos aquellos textos médicos que estaban a mi alcance. Y hace unos años, finalmente, empecé a hablar en voz alta sobre la fertilidad y sus dificultades; las complicaciones del embarazo que, además, mientras las vivía me mantuve en silencio absoluto, silencio tal que cuando tuve un aborto no se lo conté a nadie.
En este tiempo de hablar sobre esto, he empezado ya no a consumir contenidos médicos sobre estos procesos, pero sí literatura. Hace un par de años leí Lo que fue el futuro (2022) de Daniela Alcívar Bellolio donde se habló sobre aborto, maternidad y el dolor, pero alrededor del silencio, “doblegada por el miedo, colonizada en cada milímetro de vida por la certeza de que la desgracia me persigue y de que mi vida entera está marcada por el horror. Podrá sonar tal vez exagerado. Cómo se hace para contar el dolor. Cómo se hacer para moderarlo con los argumentos de la razón” (p. 109).
Haraway (1995) sostiene que la experiencia de la maternidad es tanto un resultado como una herramienta fundamental en el movimiento de mujeres. A partir de sus propias experiencias y particularidades, las mujeres han desarrollado discursos sobre su identidad como sujeto, desafiando de esta manera las definiciones que el patriarcado ha tratado de imponer sobre ellas. La teoría de Haraway refuerza la idea de que la experiencia de la maternidad, al igual que su negación, no es simplemente biológica, sino profundamente política. Como han señalado Foucault y Zerilli, el cuerpo de la mujer se convierte en un espacio de control y poder, alejado de su autonomía.
Una célula es una célula, aunque caiga de mi piel, muerta e irrelevante, cuando me rasco el brazo, o aparezca, milagrosa en mi útero que aún se contrae ante ciertos estímulos, que guarda en su propia memoria sin conciencia la tierna corporalidad de mi hijo, y se decida, sin causa ni razón, por formar una masa tumoral, un quiste, un pólipo, o un hijo, otro niño que quizá esta vez sí pueda amamantar (Alcívar Bellolio, 2022, p. 120).
La memoria del cuerpo es muy extraña, pese a que en mi caso el embarazo se terminaba apenas me enteraba. Fueron varios días de sangrado y dolor. Dada mi situación, creí que todo formaba parte de mi periodo y no sospeché que se trataba de un embrión que mi cuerpo estaba expulsando. Sin embargo, cuando me informaron que había estado embarazada, mi cuerpo comenzó a recordar cómo se había sentido la semana previa, esa sensación extraña en el útero y en las manos como que fuesen ajenas, como que se prepararan para ser ajenas para entrar (o casi) al servicio de un bebé. “Cuando supimos del embarazo, completamente inesperado, mi primer pensamiento -mágico- fue que esto se trataba de la perfección: el corolario perfecto, el nuevo comienzo. Cuando murió, un día de vida apenas fuera de mi cuerpo, después de siete meses de embarazo que también calificaría como perfecto, me incliné, sometida y resquebrajada de dolor, rota, sepulta” (Alcívar Bellolio, 2022, p. 119)
Y esa misma memoria del dolor se me aparece cuando escucho a esas mujeres que se embarazaron sin buscarlo, o que se enteraron a medio embarazo; que su embarazo fue super simple, que la maternidad ha sido magnífica. “Con la memoria encarnada del cuerpo y la sangre, en cada borrachera, en cada momento feliz: somos nuestros muertos” (Alcívar Bellolio, 2022, p. 279).
Simone de Beauvoir (2008) argumenta que la maternidad se percibe como algo natural porque la cultura patriarcal la ha establecido de esa manera. El patriarcado ha implantado en el inconsciente femenino la idea de ser madre como un elemento central de su identidad, posicionando a las mujeres en un lugar de subordinación y excluyéndolas de la categoría de sujeto social. “Mi hijo nació tres o cuatro meses después que Antón, y cada cosa que dice, cada ocurrencia, la camisa a cuadros que combina con la de su papá, su forma de caminar, todo me obliga a imaginar que mi hijo vive, que es él, quizá, Antón, caminando y riendo y no muerto bajo un limonero” (Alcívar Bellolio, 2022, p. 66).
Zerilli (1996) al hablar sobre los cuerpos maternos recalca que su significado biológico es construido culturalmente a través de los discursos sobre la maternidad, los cuales presentan a la figura de la madre como sujeto, pero al mismo tiempo niegan a las madres y mujeres su condición de sujetos, en esta negación de ser sujetos nos encontramos si pensamos desde las imposiciones básicas de las que habla Simone de Beauvoir hasta las consecuencias legales en un país como el nuestro de tomar acciones sobre nuestro cuerpo.
El control sobre los cuerpos de las mujeres y su confinamiento a una maternidad forzada también creó una distancia entre cada mujer y su propio cuerpo. Como lo expresa Rich (1986), esto lleva a una contradicción fundamental y desconcertante: las mujeres fueron alienadas de sus cuerpos, al mismo tiempo que quedaron encerradas en ellos. Según Foucault (en Toscano López, 2008), esto se puede entender a través del biopoder, como un conjunto de mecanismos que permiten a las estructuras de poder intervenir en la vida humana mediante la gestión de los procesos biológicos más fundamentales.
El poder, en este sentido, se enfoca tanto en controlar y disciplinar el cuerpo individual como en regular a la población en su conjunto. Las instituciones como las escuelas, hospitales, fábricas y prisiones ejercen un control sobre el cuerpo, optimizando su productividad a través de la administración del tiempo, el espacio y las actividades. El biopoder, por tanto, se manifiesta como una herramienta de control sobre las poblaciones, utilizando el conocimiento científico y técnico para intervenir en los procesos vitales. Foucault argumenta que, en lugar de reprimir, el poder ahora produce y gestiona la vida, influyendo profundamente en las estructuras sociales y políticas contemporáneas.
Zerilli, así como Foucault, Rich y Beauvoir señalan cómo los cuerpos de las mujeres han sido transformados en meros vehículos para el control social. Al final, como reflexiona Alcívar Bellolio, la pregunta persiste: “¿Te imaginas lo que hubiera sido nuestra vida si hubiese sido nuestra?” (p. 134). Este deseo de reclamar nuestros cuerpos, nuestras decisiones y nuestras vidas resuena con fuerza en cada historia de pérdida, dolor y resistencia.
J. Barish
Referencias
- Alcívar Bellolio, D. (2024). Lo que fue el futuro. Severo editorial
- De Beauvoir, S. (2008). El segundo sexo. Siglo veinte
- Haraway, D. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Ediciones cátedra
- Rich, A. (1986). Of Woman Born. Motherhood as Experience and Institution. WW Norton.
- Toscano López, D. (2008). El bio-poder en Michel Foucault. Universitas Philosophica, 25 (51), 39-57
- Zerilli, L. (1996). Un proceso sin sujeto: Simone de Beauvoir y Julia Kristeva, sobre la maternidad. En Tubert, S. (comp), Figuras de la madre. (pp. 155-188). Cátedra
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