Olor a guerra
José Martínez.
Al igual que en el pasado, las narrativas de extrema derecha actuales se centran en temas de nacionalismo, identidad cultural y xenofobia, utilizando estas redes virtuales para promover una agenda que destaca los peligros de la inmigración, la globalización y las élites políticas.
“Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”, frase contundente escrita sobre las paredes del Memorial y Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau en Polonia -lugar que fue un campo de concentración y de exterminio del régimen Nazi- que fue testigo silencioso de la muerte sistemática y mecánica de más de seis millones de judíos y de aproximadamente cinco millones de personas con diferentes creencias religiosas, corrientes políticas, grupos étnicos y orientación sexual.
Esta frase atribuida a diferentes personajes de la historia universal, desde Confucio pasando por Cicerón hasta Napoleón Bonaparte y Abraham Lincoln, pero que en las paredes de Auschwitz se le otorga la autoría al filósofo y literato español Jorge Ruiz de Santayana, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la historia, no solamente en la reconstrucción y revisión de los hechos del pasado para comprender de dónde venimos como sociedad, sino que, nos invita a construir las bases para un mejor futuro, en un presente que es efímero.
Pero, ¿por qué esta sentencia nos propone que pensemos en la importancia de la historia en estos convulsos tiempos que estamos atravesando? Creo que existen varias razones para sugerir que esta frase deje de ser una recomendación para convertirse en un llamado inmediato a la acción. En este sentido, en primer lugar, los paralelismos entre los acontecimientos previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial y las acciones de corrientes políticas e ideológicas extremistas de la actualidad; otra razón para releer la historia contemporánea mundial es, sin lugar a dudas, el manejo y cobertura por parte de los medios de comunicación de las tareas de grupos políticos extremistas y finalmente están las acciones deliberadas de los movimientos revisionistas y negacionistas que pretenden minimizar o -en algunos casos- inclusive eliminar de la memoria los sucesos que marcaron la historia del siglo XX.
Los años previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial propiciaron el escenario perfecto para la proliferación de ideas extremistas, que se esparcieron por la sociedad alemana y europea, sobretodo, en segmentos de la población que buscaban soluciones a la crisis económica y social que venía sacudiendo a Europa y el mundo desde la Primera Guerra Mundial y que se profundizaron con la recesión económica de la Gran Depresión de 1929.
Las sanciones impuestas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial a la derrotada Alemania en el Tratado de Versalles en 1919, que incluían pagar cuantiosas indemnizaciones económicas, perdida de territorios -muchos de ellos con una mayoría de población alemana- y la desmilitarización controlada por Francia e Inglaterra; esto generó, en la sociedad alemana, un sentimiento de humillación y un resentimiento acumulado que permitió que el Partido Nazi, con Hitler a la cabeza, capitalice ese descontento y puedan cimentar sus posiciones radicales en el seno de la población, ofreciendo soluciones nacionalistas y sencillas, carentes de fondo a la población.
Hoy en día, las posturas de extrema derecha en Europa se posicionan como la solución frente a problemas económicos y sociales en Europa, también hacen hincapié en la protección de la identidad nacional frente a la globalización y la inmigración promoviendo la idea de «recuperar» la soberanía nacional.
En este sentido, retomando la idea, se puede mencionar que, durante el ascenso al poder en la década de 1930 los nazis culpaban a los judíos y otras minorías étnicas de los problemas económicos y sociales que azotaban a la sociedad alemana, utilizando el antisemitismo como una herramienta política, hoy muchos partidos y movimientos de extrema derecha dirigen su discurso de odio contra inmigrantes, especialmente musulmanes, a quienes culpan de problemas como el desempleo, el crimen y la pérdida de identidad cultural, la retórica de ciertos líderes actuales de los partidos políticos de extrema derecha en Alemania, Italia, Francia, Hungría, España y otros países europeos parecen calcados de los regímenes fascistas de Mussolini, Hitler y Franco.
La crisis financiera de 2008 y las subsecuentes dificultades económicas en Europa y las oleadas migratorias por los problemas políticos y sociales en África han alimentado el resentimiento y la búsqueda de soluciones radicales, esto sumado a la percepción de inseguridad y la falta de oportunidades económicas siguen siendo factores que impulsan el apoyo a partidos de extrema derecha.
El estricto control de los medios de comunicación y una maquinaria propagandística perfectamente afinada, fueron de vital importancia para el ascenso y consolidación del fascismo en el poder en Europa, esto estuvo íntimamente relacionado con la posibilidad que tenían esto regímenes totalitarios de poder difundir a un mayor número de personas las proclamas e ideas de su postura política.
En el caso de Italia, Benito Mussolini, una vez en el poder se aseguró de que los medios de comunicación estuvieran bajo el control del Estado, utilizando a la prensa, la radio y el cine para difundir propaganda fascista. En Alemania, Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, controló estrictamente todos los medios de comunicación en Alemania, se clausuraron o se alinearon con el régimen aquellos medios que no comulgaban con la ideología nazi.
Ambos regímenes utilizaron los medios de comunicación para glorificar a sus líderes y sus ideologías, y para satanizar a sus enemigos internos y externos, además la propaganda se enfocaba en temas como la supremacía racial, el nacionalismo y la restauración de la grandeza nacional.
La extrema derecha contemporánea utiliza las redes sociales y otras plataformas digitales para difundir su mensaje y movilizar a sus seguidores, empleando estrategias como la difusión de noticias falsas, teorías de conspiración y desinformación para sembrar desconfianza en las instituciones democráticas, todo esto bajo el amparo de medios de comunicación tradicionales. Venimos presenciando un aumento de medios de comunicación alternativos y partidistas que promueven las agendas de extrema derecha, estos medios, a menudo, presentan información sesgada y sensacionalista para atraer a sus audiencias. Aunque no hay una censura estatal generalizada como en el pasado, los líderes de extrema derecha a menudo atacan a los medios tradicionales, acusándolos de ser parte de una prensa a sueldo de una agenda liberal nociva para los “valores morales tradicionales”.
El cine y la radio eran tecnologías relativamente nuevas y fueron aprovechadas al máximo por los regímenes fascistas para llegar a un público amplio y difundir su propaganda de manera efectiva, películas, noticieros y programas de radio se utilizaban para adoctrinar a la población. En la actualidad plataformas como Facebook, Twitter (X), YouTube, Instagram o TikTok se han convertido en herramientas cruciales para la difusión de propaganda de extrema derecha, los algoritmos de estas plataformas a menudo amplifican contenidos polémicos y sensacionalistas, la extrema derecha ha demostrado ser hábil en la creación de contenidos virales y en la explotación de estas plataformas para reclutar y radicalizar a nuevos seguidores.
Al igual que en el pasado, las narrativas de extrema derecha actuales se centran en temas de nacionalismo, identidad cultural y xenofobia, utilizando estas redes virtuales para promover una agenda que destaca los peligros de la inmigración, la globalización y las élites políticas.
Las posturas revisionistas y negacionistas tienen un impacto significativo en el ascenso de la extrema derecha en Europa, los movimientos de extrema derecha a menudo intentan relativizar o minimizar los crímenes cometidos por regímenes fascistas en Italia, Alemania y España durante las décadas de 1930 y 1950, al reinterpretar la historia de una manera que suaviza las atrocidades del pasado, buscan rehabilitar figuras y símbolos históricos asociados con la extrema derecha, como se ha hecho con Francisco Franco en España en donde VOX ha blanqueado sutilmente la dictadura, Elisa Núñez consejera de este partido en Valencia dijo: “Franco no fue un dictador sino un personaje histórico”, o como la actual primera ministra italiana Georgia Meloni en sus inicios políticos decía que Mussolini “fue un buen político, que todo lo que hizo, lo hizo por Italia”.
El negacionismo del Holocausto es una forma extrema de revisionismo histórico que niega o minimiza el genocidio de seis millones de judíos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Esta postura, no solo deshonra la memoria de las víctimas, sino que, sirve para deslegitimar las consecuencias morales y políticas de estos crímenes, como la creación del Estado de Israel, estado que paradójicamente desde el 7 de octubre ha venido cometiendo crímenes de guerra y en palabras de la propia Organización de las Naciones Unidas actos de genocidio con la población palestina en la franja de Gaza y otros territorios palestinos.
Estas posturas permiten que el discurso de odio y la xenofobia se presenten como opiniones legítimas en el debate público, fortaleciendo tabúes y barreras sociales, racistas e intolerantes. La negación de crímenes históricos facilita la propagación de ideologías racistas y supremacistas, al eliminar la necesidad de confrontar el pasado violento asociado con estas ideas. En esta misma idea, determinados partidos como Alternativa para Alemania (AfD), el Frente Nacional en Francia (Agrupación Nacional) y otros movimientos similares en Europa, han utilizado con posturas revisionistas y negacionistas para atraer a sectores de la población descontenta, usando la reinterpretación del pasado como una herramienta para movilizar el nacionalismo y el resentimiento.
Europa “huele a guerra”, por la cercanía del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, este último, que hace pocos días firmó un acuerdo de no agresión y defensa mutua con Corea del Norte, al puro estilo del pacto Ribbentrop-Mólotov firmado entre la Unión Soviética y Alemania en 1939 a poco tiempo del estallido de la Segunda Guerra Mundial, o por el otro lado, el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN en marzo y el nuevo aporte económico de 100 mil millones de dólares desde esta organización para el gobierno de Ucrania. Pero este aroma a guerra en Europa viene de casi 3000 kilómetros más allá de sus fronteras, con el apoyo indiscriminado a Israel en el conflicto en Gaza, Israel miembro de la UEFA (Federación de Fútbol Europeo) y que participa como un país europeo más en el concurso musical anual de Eurovisión. Estos vientos de guerra vienen de geografías más lejanas aún, pero impregnan a toda Europa, hago referencia a la guerra civil y conflicto humanitario en Sudán que tiene sus orígenes en la colonización europea del continente Africano, y que desde abril del año pasado ha generado la movilización forzosa de casi nueve millones de personas que realizan un verdadero viacrucis para llegar a Libia y cruzar el Mediterráneo a costas europeas.
Las señales de alarma están presentes como lo estuvieron durante la década de 1930 con el silencioso rearme alemán y el lento pero contundente posicionamiento de posturas extremistas en los puestos de poder de los gobiernos europeos, no podemos dejar de observar estas alertas como las inobservaron los líderes mundiales al poner intereses individuales, por sobre el de toda la humanidad.
El mundo no está preparado –ni lo estará- para un enfrentamiento bélico a escala mundial, la diferencia abismal en la cantidad y potencia de las armas actuales frente a las del pasado nos llevaría inevitablemente a un escenario de extinción. Si la historia no es cíclica, al menos es la encargada de mostrar la obstinación de los seres humanos por no aprender de los errores y horrores del pasado.
José Martínez.
Imagen tomada de larazon.es e intervenida digitalmente.