Por: Alicia Martínez
La memoria no es un acto del pasado, sino traer del pasado aquello que nos permita comprometer con el presente y el futuro. Y sostenerla es, quizás, la más humana de las formas de resistencia.
Se cumple 80 años del triunfo sobre el fascismo y es urgente conmemorarlo no como acontecimiento superada sino como herida abierta. No está permitida la nostalgia del museo y de la foto heroica si estas se hallan cercenadas de una resistencia práctica y activa. Recordar para no repetir, el recuerdo y la memoria como advertencia: señalar las condiciones de posibilidad del fascismo para evitar su reconfiguración contemporánea. Sostener la memoria es una forma de insubordinación frente al olvido funcional que permite su retorno bajo nuevas máscaras.
Recordar que vencimos es un ejercicio de tremenda actualidad: porque el fascismo no fue un accidente, sino un proyecto. Un proyecto político que aniquiló al otro no por error, sino por principio; que banalizó la diferencia, destruyó la política y estetizó la violencia. Hoy, cuando los discursos del odio se normalizan en el lenguaje político y mediático, cuando la figura del enemigo vuelve a ser racializada, feminizada y despojada de derechos, la memoria histórica se convierte en una trinchera.
Gramsci, en su lucidez, comprendió que el fascismo era la forma que podía adoptar el poder cuando la hegemonía no bastaba. Desde su concepto de “cesarismo” apuntaba a esa lógica: el uso de la fuerza militar como sustituto del consenso. Pero el cesarismo no fue superado con la derrota de Mussolini o Hitler; mutó, se adaptó, se hizo más difícil de nombrar. Benjamin ya advirtió que el fascismo era síntoma de una contradicción no resuelta entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la organización social. La modernidad no supo gobernar su potencia y entonces la técnica, sin política emancipadora, dio paso a la catástrofe.
Hoy, en plena aceleración digital, cuando la técnica se impone como fetiche y el algoritmo como nueva forma de soberanía, la advertencia de Benjamin adquiere renovada vigencia. El tecnofascismo no es solo un exceso de control, es también una forma de desposesión simbólica: nos arranca la capacidad de pensar lo común, disgrega la comunidad y reemplaza la ideología por el flujo de datos. La violencia ya no requiere botas ni camisas negras; basta con el despojo silencioso del lenguaje, la precarización del deseo, el exterminio del tiempo libre.
Sin embargo, el fascismo rara vez se presenta con su nombre. Ni siquiera sus representantes se asumen como tales. La extrema derecha contemporánea se disfraza de “libertad”, de “orden”, de “tradición democrática”. Esto solo es posible porque se ha vaciado de contenido el significante “fascismo”, convirtiéndolo en un insulto banal más que en una categoría política precisa. La desmemoria ha hecho su trabajo: despolitizar el lenguaje para desarmar la resistencia.
Frente a ello, recuperar la memoria es una práctica de reapropiación política. Es entender, como decía Croce, que toda historia es historia contemporánea, y que rememorar el horror no es recrearlo sino impedir que se repita bajo formas renovadas. Por eso, no basta con denunciar el fascismo evidente —el racismo explícito, la misoginia declarada, la homofobia programática—; hay que desenmascarar también a los demócratas sin ideal democrático, como advierte Giovanni Gentile, los que legitiman el avance autoritario en nombre de la “estabilidad” o el “progreso”.
La lucha antifascista no puede reducirse a una evocación estética de los partisanos o a una celebración de la victoria. Debe ser una tarea filosófica y política de desmontaje de los dispositivos actuales del odio, del miedo, del control. Y, sobre todo, debe comprender que no hay fascismo sin capitalismo que lo alimente. Que el neoliberalismo, con su lógica del sálvese quien pueda, con su asfixia del Estado social y su exaltación de la competencia, el aislamiento social y la ruptura de los espacios y bienes de lo común, crea las condiciones de su retorno.
La memoria no es un acto del pasado, sino traer del pasado aquello que nos permita comprometer con el presente y el futuro. Y sostenerla es, quizás, la más humana de las formas de resistencia.
Alicia Martínez. Humana. Estudiante de la filosofía. Creo en que la humanidad puede ser lo que esperamos hacer y que es posible un mundo para todxs; en la filosofía como un acto de despertar a las estatuas de sal y para derribar a los ídolos.