Contra la alienación en todas sus formas. (Parte IV)
Pedro Jimenez-Pacheco
Como filósofo nunca comprendió la separación entre sujeto y objeto, entre cuerpo y mundo, lo que significaba que lo mental y lo espacial se mantenían unidos por unos lazos que, tristemente, la filosofía rompió en Europa.
En esta cuarta parte (final) de la autobiografía de Henri Lefebvre, es inevitable dejar una constancia breve de su relación inicial con los estudios sobre el espacio. Lo que servirá, con suerte, para provocar mis propias reflexiones en futuras columnas de la Revista Mundana, como alguien que vive escapando de la arquitectura o el urbanismo.
El contexto en el que se interesa Lefebvre por la búsqueda o investigación sobre el espacio data de su infancia. Como filósofo nunca comprendió la separación entre sujeto y objeto, entre cuerpo y mundo, lo que significaba que lo mental y lo espacial se mantenían unidos por unos lazos que, tristemente, la filosofía rompió en Europa. A partir de los años 60 llegó a cuestionarse la problemática concerniente al espacio, sin seguir una línea marxista recta, más bien sinuosa, de desarrollo y ampliación doctrinal, y como hemos visto a lo largo de su autobiografía, no siempre ajustada al partido.
En un principio, a través del estudio de las fuerzas productivas y la relación conflictual entre estas y la producción, Lefebvre observaba cómo el crecimiento de las fuerzas productivas arrastraba cambios, al desplazarse y localizarse en el espacio, transformándolo mucho más que en otros tiempos. “Creo ser fiel a la vez, a mi mismo y al pensamiento marxista abordando en un cierto momento de mi vida los problemas del espacio” (1975, p. 222). Siempre condenó la parcelación del conocimiento, por lo que su orientación no responde exclusivamente a la sociología, la historia o la filosofía; así toma el espacio conforme su método que aísla el concepto y examina todas sus implicaciones. Pensaba, o más bien, anticipaba, que la cuestión del espacio organiza la convergencia del mayor número de problemas, de orientaciones, y quizás de soluciones.
En Le Temps des Méprises (1975)[1], Lefebvre explica las tres formas en que se dio su aproximación al problema del espacio: a partir de su experiencia vivida, del pensamiento y sus propios intereses. La primera aproximación tomó forma a título del PCF y como investigador, con una dedicación por al menos diez años a los problemas agrarios, la renta de la tierra y el estudio de las revoluciones agrarias. La segunda llegada viene de su sospecha por la irrupción de lo urbano en la realidad rústica tradicional, la cual reavivó su interés por la ville y lo llevó a preocuparse por el problema de la nueva ciudad, su organización y el espacio social. Finalmente, dado que el concepto de producción fue revelado en su universalidad, desde Hegel y Marx hasta el pensamiento de finales de los años 60, Lefebvre observó el desarrollo del modo de producción capitalista del espacio, bajo el cual, la producción del espacio respondía a intereses nada inocentes, y resultaba tener un lado estratégico y político, añadiendo a dicha producción, la reproducción de las relaciones sociales de producción.
Cuarta parte: Contra la alienación en todas sus formas
Y ahora quiero responder a una pregunta que a menudo me han hecho: ¿a pesar del carácter discontinuo y fragmentario de tu obra, tienes, como filósofo marxista, una idea filosófica que reivindiques y reconozcas como propia? ¿O simplemente has seguido las ideas de Marx y Lenin?
Sí, hay al menos dos ideas que defiendo. Aunque solo he logrado darles una forma rapsódica y desarticulada. No voy a hablar de la noción de alienación, que solo creo haber retomado, actualizado y devuelto a la vida. De la misma manera, creo que solo (y de modo insuficiente) he retomado y hecho coherente la exposición de las relaciones entre la lógica formal y la lógica dialéctica, con las transiciones de una a otra, y su discontinuidad o discontinuidades, siendo la contradicción dialéctica profundamente diferente de la contradicción lógica. Además, aún quedaría mucho por investigar y decir sobre estos puntos claves.
La primera idea que reivindico es una idea crítica. Esta se encuentra en germen, pero no explícitamente, en los clásicos del marxismo. Es la tesis general según la cual las formas en la sociedad burguesa se desprenden histórica y teóricamente de sus contenidos, hasta el punto de ser fetichizadas externamente a estos y oponérselos. Estas formas se presentan entonces, en boca o pluma de los ideólogos, en lugar de los contenidos, sofocando y destruyendo los contenidos, y luego destruyéndose mutuamente entre ellos. Esto proporciona un hilo conductor para esclarecer una serie de contradicciones:
- El Racionalismo (el viejo racionalismo, de Alain, por ejemplo) contra la razón.
- El Nacionalismo (el de ‘la derecha’) contra las naciones.
- El Individualismo (el de la práctica burguesa y la filosofía a través del existencialismo e incluyéndolo) contra el individuo.
- El esteticismo (el arte por el arte) contra el arte, y el formalismo contra la forma viva.
- El objetivismo contra una objetividad más profunda.
Podría continuar esta lista, y agregar por ejemplo el ‘dialectismo’ (una pseudo-dialéctica muy en boga hoy en día, abstracta y subjetiva) contra la verdadera dialéctica, etc. Repito que se trata de una idea crítica, que permite dilucidar ciertas contradicciones internas de la realidad histórica y social en la que tenemos que vivir y encontrar nuestro camino en la vida.
En segundo lugar, reivindico la elaboración filosófica de una idea positiva, la del hombre total. Una noción que es difícil de desplegar y fácil de malinterpretar, incluso de caricaturizar. Aspectos y elementos de este fueron descubiertos mucho antes de Marx y el marxismo, entre los grandes filósofos (que usaron la categoría filosófica de totalidad), y escritores como Goethe, Balzac, Stendhal. En las obras del joven Marx, y posteriormente, esta noción resurgió para resolver problemas esenciales que nacen histórica, teórica y prácticamente, cada uno en su tiempo –problemas de la división del trabajo, la relación en la cultura entre trabajo y ocio, etc–. Se trata pues de determinar correctamente la relación entre lo humano y la totalidad.
El hombre y lo humano siempre han sido una totalidad, pero una totalidad en devenir, en movimiento, en formación aunque desgarrada, en desarrollo pero alienada. En el curso de su desarrollo, el hombre ha dominado la naturaleza (y su propia naturaleza); la ha transformado, pero insertándose cada vez más en el mundo (naturaleza), muy lejos de arrancarse de él, en virtud de su conocimiento y de su poder.
La noción del hombre total se sitúa, por tanto, exactamente al nivel de la noción de absoluto. Si eliminamos lo absoluto, caemos en un relativismo puro. Y entonces lo relativo pierde todo sentido, toda orientación, en su devenir. Lo absoluto, dialécticamente, existe en lo relativo. Y sin embargo, no debe confundirse con ello. Estando ya en lo relativo (en el conocimiento alcanzado), es también su límite infinito, su orientación, su significado.
De la misma manera, el hombre total existe en el hombre realizado, y es también su significado, su orientación, su límite infinito imposible de alcanzar. La totalidad es así, al mismo tiempo, naturaleza y humanidad: la naturaleza humana en un sentido dialéctico, en otras palabras, la naturaleza humanizada, el poder del hombre sobre la naturaleza, que realiza al hombre en medio de la naturaleza.
Cualquier pretensión o enfoque humanista no tiene sentido a menos que implique esta noción. Si falta esto, pierde significado, orientación y dirección.
Conceptos e imágenes reflejan (en ambos sentidos y en dos aspectos que constituyen un todo) este doble proceso por el cual el hombre emerge de la naturaleza, y sin embargo, se sumerge más profundamente en ella, convirtiéndose en ‘toda naturaleza’.
Ya me detendré nuevamente a reflexionar después de escribir estas fórmulas, cuyo carácter es oscuro, lo reconozco plenamente, debido a su excesiva condensación.
Inmediatamente, con cierta amargura, consideré un camino que ya es largo, salpicado de fragmentos dispersos, escombros despedidos por fracasos.
Ahora me parece –con esperanza– que aún no he dicho nada, que tengo todo por decir. Estoy solo comenzando. Este esbozo de una vida no termina con la confesión de una derrota (que algunos tomarían como prueba de autenticidad). Por ejemplo, tengo todo por decir sobre la teoría de la imagen y la imaginación, conectada con lo que he sostenido anteriormente; también sobre estética y ética.
Estoy comenzando. Pero es necesario, antes que nada, iluminar una cuestión preliminar: ¿Qué es la filosofía? ¿Cuál es el papel y la función del filósofo, qué puede hacer y qué debe hacer?
Si aceptamos la proposición del marchitamiento de la filosofía, de su crisis mortal, de su fin (una proposición sostenida por algunos marxistas, partidarios de la lucha de clases, y por ciertos oponentes del marxismo, como Heidegger, a favor de la poesía, por ejemplo), entonces es inútil continuar.
Durante mucho tiempo he definido la filosofía, para mi propio uso, como una reflexión sobre las categorías universales, su historia y su elaboración teórica, sus conexiones, sus esferas.
Hoy descubro que esta definición ya no es suficiente. Todavía reduce la reflexión del filósofo, su esfera, y por tanto, su influencia y responsabilidad, a la lógica dialéctica. Es necesario ir más allá y asignar al filósofo –y a la filosofía– tareas, perspectivas y responsabilidades en los campos de la ética, la estética y las relaciones sociales. Aquí hay ‘categorías’ no solo por elaborar, sino por descubrir. La lucha implacable, sin concesiones, contra toda alienación, todas las formas de alienación, es para mí hoy la formulación más alta y coherente que define las exigencias de la filosofía Marxista.
Una última palabra. No me presento como un hombre sin pecado. No soy un héroe (y no me gustan los héroes, especialmente cuando sobreviven). Sin embargo, tras un examen minucioso, si mi honor como filósofo no está libre de mancha (que arroje la primera piedra quien esté libre de culpa), si a veces he retrocedido o flaqueado, no creo haber fracasado.
«Un perro no querría esta vida», dijo Fausto. Yo no querría ninguna otra.
Enero de 1957
Henri Lefebvre. Nacido en Hagetmau (Landes), el 16 de junio de 1901. Enviado por su familia a la École Polytechnique, sucesivamente, llegó a ser taxista, obrero en Citroën y profesor en liceos provinciales. Destituido bajo Vichy, pasó a la clandestinidad. Posteriormente, fue director artístico de Radiodiffusion Française. Actualmente es tutor de investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique.
Revisa las Parte I,Parte II y Parte III de la autobiografía de Lefebvre.
Pedro Jimenez-Pacheco. Activista por la rebelión del espacio vivido, Arquitecto (UCuenca), Doctor cum laude en Teoría Urbana (Barcelona Tech-UPC). Coordinador de Investigación y profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Cuenca, Director de la Revista científica Estoa. Investigador en CITMOV, miembro de diversas redes y comités científicos nacionales e internacionales.
Notas:
[1] Lefebvre, H. (1976) [1975]. Tiempos equívocos. Kairós.