Clase, patriarcado y nuevas masculinidades desde el marxismo
Por: José Joaquín Galarza
el patriarcado es un sistema de opresión anterior al capitalismo, que nace con la división sexual del trabajo. Sin embargo, no puede explicarse fuera del marco de la «sociedad de clases» como un período histórico, cuya expresión actual es el capitalismo.
Durante los últimos años, en muchos sectores de la izquierda, como resultado de la creciente influencia de la agenda de los feminismos, ha surgido una tendencia que, si bien no es nueva en su propuesta, se ha mostrado disruptiva (al menos en su discurso). Nos referimos al enfoque de las nuevas masculinidades. La amplia discusión alrededor de este tema surge como parte de la identificación de la «violencia machista» en un sujeto perpetrador, un «agente del patriarcado»; es decir, de la responsabilidad que los hombres tenemos en la reproducción cotidiana de la violencia, así como del aprovechamiento consciente —o no— de los privilegios que la «masculinidad cisgénero hegemónica» conlleva.
Sin embargo, desde el marxismo no podemos adoptar categorías o propuestas, por más «radicales» que parezcan o por más atractivas que suenen, sin someterlas al análisis de nuestra mayor herramienta revolucionaria: la dialéctica, y su cotejamiento con los conceptos generados a partir del análisis de la realidad concreta. Comencemos estableciendo algunos elementos de nuestra perspectiva. La ubicación del patriarcado es fundamental, pues nos permite visualizar, desde un enfoque material e histórico, la función de la división sexo-genérica en la reproducción de la opresión cotidiana.
En efecto, el patriarcado es un sistema de opresión anterior al capitalismo, que nace con la división sexual del trabajo. Sin embargo, no puede explicarse fuera del marco de la «sociedad de clases» como un período histórico, cuya expresión actual es el capitalismo. La explotación y la opresión, como sistemas, están íntimamente articuladas, y uno no precede lógicamente al otro (ese enfoque sería antidialéctico). El modo de producción es la forma de organización de la producción y reproducción de la vida, que ha evolucionado a lo largo de la historia de la sociedad de clases y ha adoptado diversos nombres y configurado distintas clases, según la formación social en la que se ha desarrollado (esclavismo, feudalismo, capitalismo, por citar los modos clásicos analizados por Marx, aunque no los únicos).
La interseccionalidad como enfoque sostiene que existen diversos sistemas de opresión que se articulan entre sí bajo una lógica de control y sometimiento de grupos humanos específicos. No debemos perder de vista que la intención final de estos sistemas es siempre aumentar los márgenes de extracción de valor y ganancia a través de la explotación de dichas personas, quienes nunca están desvinculadas de su clase social. Para este fin, la superestructura articula una serie de discursos y prácticas, avaladas por el sentido común (la moral, la costumbre e incluso el derecho), que justifican y perpetúan dicho control.
Este panorama pone sobre la mesa los elementos fundamentales. Como mencionamos en un trabajo previo, el «ser social» es la expresión que utilizamos para referirnos a la «sociedad de clases» en su conjunto, la cual, a través de una conciencia colectiva (social), determina la conciencia individual de cada persona. Por ende, imprime una serie de dispositivos ideológicos que operativizan, regulan, promueven y limitan las conductas y comportamientos necesarios para que el sistema de explotación (capitalista) se reproduzca cotidianamente en el actuar de cada individuo.
Es evidente que este corpus ideológico, que denominamos sentido común, responde a una situación de clases, ya que es la burguesía, como clase dominante y dirigente, la que reproduce, como parte de su hegemonía, este sentido común. Este corpus está compuesto, en mayor o menor medida, por la expresión práctica de los diversos sistemas de opresión. Esta realidad puntual nos muestra que ni hombres ni mujeres estamos exentos de la reproducción diaria de estas conductas, porque vivimos en una totalidad capitalista con un ser social concreto. Por lo tanto, no existe un cambio individual que pueda transformar esa realidad.
Esta premisa nos lleva a abordar lo que entendemos por nuevas masculinidades, que no es más que hablar de una nueva «socialidad humana», la cual no puede concebirse en un marco capitalista, porque el sistema, al ser «autogenésico», no permite el cambio desde lo individual a lo colectivo. Las nuevas masculinidades están profundamente vinculadas a la construcción de una nueva sociedad comunista, que transitará por un largo período de revolución/evolución social, durante el cual el «hacer práctico» de los individuos podrá cambiar. Para ello, es necesario que una nueva clase social (el proletariado) se haga con el poder y desde ahí conciba esas nuevas conductas.
Esto no significa que la organización de vanguardia que guíe ese proceso revolucionario no deba ser quien abanderé y ejemplifique esa nueva forma de relacionarse de manera práctica. Tampoco significa adoptar, de forma antipopular, conductas que, además de antipedagógicas, resulten en el escarnio punitivo contra quienes aún reproducen prácticas consideradas machistas, por ejemplo. Debemos entender que, más allá de la conciencia «formada» que algunas personas puedan tener sobre los sistemas de opresión, vivimos en una realidad capitalista donde estos sistemas están articulados, y es inevitable que en ciertos puntos sigamos reproduciendo conductas violentas o «cómplices» de los privilegios que el mismo sistema otorga a algunos y niega a otros.
No obstante, esto no debe servir como justificación para los errores que muchas personas militantes, especialmente hombres, puedan cometer (errores que deben ser corregidos desde un enfoque educador). Lo que aquí buscamos es ofrecer una explicación más profunda, desde una lectura marxista, sobre el origen de esta problemática. «Nada sobre o fuera de las clases» contiene la premisa que explica por qué no podemos hablar de nuevas masculinidades sin hablar de «masculinidades de clase». Cualquier intento de hablar de estas fuera de este enfoque es una tautología del mismo sistema, que es flexible, pero que no «se va a caer» por buenas voluntades individuales, sino únicamente por la acción revolucionaria. Lo aquí mencionado, empata mucho con el concepto del “hombre nuevo” que manejaba el Che, quién entendió que una nueva sociedad requería nuevas “personas”.
Estos párrafos no pretenden ser más que un primer acercamiento a la discusión; no buscan ofrecer una explicación acabada de un problema mucho más profundo. Lo aquí dicho también abre un nuevo frente de discusión desde el marxismo: si concebimos nuevas masculinidades en esa sociedad futura que anhelamos, ¿significa esto que los roles de género se mantendrán en su esencia? Lo masculino y lo femenino son construcciones del mismo ser social del que hablamos, por lo tanto, la superación de la construcción de género —y del sistema de opresión operante alrededor de esta categoría— en la actual sociedad de clases podría implicar su disolución en un futuro, cuando las clases sociales desaparezcan, y con ellas los roles productivos y reproductivos que el sistema actual ha asignado. Esa discusión queda abierta para un futuro trabajo.
José Joaquín Galarza.
Imagen tomada de uarm.edu.pe e intervenida digitalmente.