Ética zombi en democracias bastardas: la insurrección de los muertos vivientes

Por: Sebastiáи Eиdara

El impulso de los zombis empezará a fallar, se agotará el simulacro, aparecerá lo distinto. El orden perderá su capacidad de normalizar, las señales dejarán de ser comprendidas. No se sustituirá, se suspenderá. En la falla, todo volverá a ser posible. Una revolución impensable e imprevista, sin banderas, como una grieta, o un glitch que desmantela el mundo.

El capital es un parásito abstracto, un vampiro insaciable y un creador de zombis; pero la carne viva que convierte en trabajo muerto es nuestra, y los zombis que crea somos nosotros.

Mark Fisher

 

En el creole, existe un término globalizado gracias a la industria filmográfica gore: zombi. Originalmente designa a un individuo desprovisto de conciencia, voluntad y memoria. Se trata en realidad de una categoría política para definir al esclavo, un ser en el medio de la vida y de la no vida que ha sido privado de su humanidad. 

En el cine, el zombi es un ser descompuesto y sin autonomía. En Return of the Living Dead (1985) de Dan O’Bannon, el zombi requiere comer cerebros para aliviar el terrible dolor de estar muerto. En esta propuesta el zombi al menos tiene un propósito. La imagen en todo caso describe el fin del humanismo en la que ex humanos sin conciencia, calamitosos y perdidos, atentan contra toda forma de vida. Están infectados por algún virus que les deforma y violenta. Pero lo más importante, al dejar de ser humanos, los zombis han perdido la capacidad de valorar y significar su mundo. 

Ética zombi

El ser humano es un animal que valora. A pesar que no comprende los complejos mecanismos que participan en la construcción del valor, es un ser axiológico, escoge, prefiere, elige, ya sea por interés, deseo o agrado. Su acción está contenida en ciertos marcos éticos y normas de conducta socialmente estructuradas bajo los parámetros del deber-ser, utopías racionales cuyo soporte fundamental fue la idea de libertad. Entre lo deseado y lo deseable se esconden tensiones que se resuelven en el hacer de la propia vida.

Pero el zombi camina en un vasto cementerio de significados, pisando las delicadas ruinas de la política, haciendo crujir los antiguos ideales. Dentro del yeso de su historia solo quedan discursos huecos. La ética dejó de ser fundamento de la dignidad y se convirtió en una moralidad de la obediencia. Despojados del pensamiento crítico, los zombis no deliberan, no cuestionan, solo acogen el mandato. Cumplen, se indignan si el guion lo permite. La ética zombi es un espejo de la alienación, que despoja y neutraliza la capacidad de transformación de la realidad.

Zombis producidos en democracias que nunca fueron concebidas para la emancipación. Democracias sin ciudadanos, administradas por parásitos indiferentes al cuerpo en el que habitaban, terminaron gobernando a muertos-vivientes en función de los intereses del mercado capitalista, articulado en el principio del rendimiento, donde los zombis se auto-obligan a ser felices. 

Democracias bastardas

En América Latina, la democracia es bastarda. Proviene de la dominación oligárquica bajo la figura republicana. Los procesos de independencia no fueron revoluciones, sino transacciones de poder entre élites criollas que tomaron el mando sin desmantelar las estructuras de explotación heredadas de la colonia. La democracia garantizó la continuidad de los privilegios mientras las mayorías siguieron sometidas a la miseria. Doscientos años después, esa democracia bastarda perfeccionó su lógica de la exclusión. El voto solo es una coartada para la administración del despojo en una alternancia electoral sin sentido. La vida se ha convertido en una mercancía, la seguridad en represión, y la libertad es un espectáculo. 

No se trata de un sistema en crisis, sino de un sistema funcionando a la perfección dentro de su propia lógica de corrupción. La depauperación constante ha condenado a millones a la pobreza, generando el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de ilícitos. El crimen no es una anomalía, sino su consecuencia lógica. Cuando la democracia no cumple su función social, el vacío es llenado por mercados clandestinos que ofrecen lo que las instituciones niegan. Se establece una economía política de la violencia. El sicariato cometido por niños, la militarización de los barrios y, en fin, la brutalidad estructural, no son distorsiones del sistema, sino sus síntomas más visibles. La pobreza no solo se expresa en la precarización permanente sino en el endeudamiento crónico. Sin acceso a derechos, los zombis se han lanzado a los brazos del crédito como única forma de subsistencia. Los zombis se endeudan para sobrevivir, pagando con intereses lo que la democracia debería haber garantizado. La educación, la vivienda, la salud y hasta la posibilidad de envejecer en paz. 

La insurrección de los muertos vivientes

Desde que fue concebido, el zombi suscitó temor en los dominadores. La posibilidad de su revuelta ominosa es la contracara de la colonización. ¿Es que los muertos vivientes pueden amotinarse? Si así fuera, la insurrección de los descompuestos no sería ilustrada, no tendría como corolario la toma del poder, ni la redacción de una nueva Constitución. En el colapso de las certezas, llegará una sublevación devastadora. Los zombis dejarán de marchar en círculos y desgarran la veleidosa trama del sistema. Sin líderes, ni manifiestos, sin exigir, sin negociar, sin esperar, las anomalías se propagarán. Lo que fue condenado a la repetición sin sentido adoptará formas imprevistas. El impulso de los zombis empezará a fallar, se agotará el simulacro, aparecerá lo distinto. El orden perderá su capacidad de normalizar, las señales dejarán de ser comprendidas. No se sustituirá, se suspenderá. En la falla, todo volverá a ser posible. Una revolución impensable e imprevista, sin banderas, como una grieta, o un glitch que desmantela el mundo.

Los zombis se abrazarán y reencontrarán en su miseria y monstruosidad.

Sebastián Endara.

Imagen tomada de lanacion.com.ar e intervenida digitalmente.

 

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