La contemplación como resistencia: el urbanismo frente al ritmo acelerado del capitalismo
Por: Estefanía Vinueza A
La vida contemplativa no es una evasión del mundo, sino un retorno al sentido de la existencia. Es un acto de atención y presencia que permite reconectar con el mundo, percibirlo en su profundidad y experimentar una forma de libertad interior
Las ciudades actualmente laten al compás de un reloj implacable: cada segundo optimizado, cada espacio es diseñado para la productividad, cada movimiento calculado para satisfacer la voracidad del capital. En este entorno, la contemplación parece un acto anacrónico, una indulgencia incompatible con la lógica del rendimiento que domina nuestras vidas. Sin embargo, ¿y si detenerse, a observar y habitar el espacio con atención fuese, en sí mismo, un acto de resistencia?
Byung-Chul Han (2019) reflexiona sobre la importancia de la vida contemplativa frente a la hiperactividad que caracteriza la sociedad contemporánea. Han argumenta que la vida contemplativa, lejos de ser inactividad en el sentido de pasividad o improductividad, representa una forma de lucha frente al imperativo de la productividad constante. La vida contemplativa no es una evasión del mundo, sino un retorno al sentido de la existencia. Es un acto de atención y presencia que permite reconectar con el mundo, percibirlo en su profundidad y experimentar una forma de libertad interior.
Han (2019) vincula la vida contemplativa con el acceso a la belleza y la verdad, retomando tradiciones filosóficas como la de Aristóteles y San Agustín, añade una dimensión contemporánea al destacar su oposición a la lógica de la utilidad y el rendimiento. Este planteamiento dialoga con la filosofía de Kant, quien define la contemplación y la estética como un juicio desinteresado, libre de utilidad o beneficio. Según Kant (2003), esta actividad permite al sujeto acceder a lo sublime y lo bello como experiencias que trascienden a lo racional y lo práctico. Sin embargo, lo estético no es neutral, en el marco del desarrollo urbano, las decisiones estéticas están impregnadas de política, ya que reflejan y moldean las estructuras sociales y económicas. Por tanto, la contemplación, al distanciarse de la funcionalidad inmediata, no solo permite apreciar lo bello, sino que también abre un espacio crítico para cuestionar las condiciones que determinan la configuración de nuestras ciudades.
«Si hoy ninguna revolución parece posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar. Sin tiempo, sin una inhalación profunda, se sigue repitiendo todo igual» (Han, 2019, p. 30). En el contexto de la vida en la ciudad contemporánea, este pensamiento resuena profundamente. Las dinámicas urbanas modernas son marcadas por un ritmo descontrolado que privilegia la productividad constante y dificulta la conexión auténtica con el entorno. Este fenómeno tiene sus raíces en la Revolución Industrial, un periodo histórico que transformó radicalmente las ciudades y la forma en que los seres humanos se relacionan con el espacio urbano. Durante la Revolución Industrial, las ciudades crecieron aceleradamente para satisfacer las demandas de producción, dando lugar a paisajes urbanos dominados por fábricas, infraestructura industrial y densos asentamientos de trabajadores. Este nuevo modelo urbano introdujo una lógica de eficiencia y aprovechamiento del tiempo que subordinó la experiencia humana del espacio a los requerimientos de la producción y el capital. Como resultado, el entorno dejó de percibirse como un lugar de arraigo y pertenencia, para convertirse en un escenario funcional y segmentado.
Según Henri Lefebvre (1974), el diseño urbano, no es un acto neutral o meramente técnico; es una construcción social que refleja y perpetúa las relaciones de poder existentes. Cuando moldeamos las ciudades bajo las dinámicas del capitalismo, priorizamos ciertos intereses —principalmente los del mercado— sobre las necesidades de las comunidades. Esto se traduce en la creación de espacios que privilegian el consumo, la acumulación y la segregación, afectando directamente la manera en que los habitantes experimentan su entorno y se relacionan entre sí.
El desarrollo urbano contemporáneo enfrenta un desafío fundamental: equilibrar la necesidad de crecimiento económico y poblacional con el bienestar humano y ambiental. En un mundo dominado por el capitalismo, el diseño urbano puede desempeñar un papel crucial para desacelerar y humanizar este ritmo. Crear espacios de estancia y contemplación no solo mejora la calidad de vida de las personas, sino que también redefine las prioridades urbanas, poniendo al ser humano y su experiencia en el centro del diseño.
En un mundo donde el capitalismo acelerado domina todos los aspectos de la vida cotidiana, el tiempo y el espacio se han convertido en recursos explotados al máximo. La ciudad moderna, diseñada para el consumo y la eficiencia, deja poco margen para la pausa, la reflexión o la conexión profunda con el entorno. Byung-Chul Han (2019), propone un cambio radical en esta lógica al reivindicar la importancia de detenerse, mirar y habitar el mundo de manera más plena. Según Han (2019), “la contemplación no es pasividad, sino una forma activa de rechazo frente a un sistema que convierte todo en mercancía” (p. 75). Este planteamiento encuentra ecos en la arquitectura y el urbanismo, disciplinas que pueden convertirse en aliadas poderosas para frenar la vorágine del capitalismo y recuperar espacios que promuevan la introspección, el silencio y la comunión con la naturaleza.
En América Latina, una región caracterizada por profundas desigualdades y desafíos urbanos, el diseño de espacios públicos ha comenzado a integrar principios que promueven la desaceleración y la contemplación. Uno de los ejemplos más destacados es el Parque Biblioteca España en Medellín, Colombia, diseñado por el arquitecto Giancarlo Mazzanti. Este proyecto no solo reconfiguró un sector históricamente marginado, sino que se convirtió en un símbolo de transformación social y cultural. Está ubicado en Santo Domingo Savio, una de las zonas más vulnerables de la ciudad, el parque biblioteca es un ejemplo de cómo la arquitectura puede trascender la funcionalidad para convertirse en un espacio de resistencia frente a la hiperactividad urbana y la exclusión.
Mazzanti concibió este complejo como un espacio donde la comunidad pudiera detenerse, reflexionar y conectarse con su entorno. Esta monumentalidad, lejos de intimidar, genera un sentido de pertenencia y orgullo entre los habitantes, al tiempo que invita a la contemplación del paisaje montañoso circundante. Como señala Richard Sennett en The Uses of Disorder (1970), el diseño urbano no solo debe responder a necesidades funcionales, sino también fomentar experiencias significativas que fortalezcan el tejido social.
La arquitectura y el urbanismo no solo tienen el potencial de transformar el espacio físico, sino también de influir en la forma en que vivimos y experimentamos el mundo. En este sentido, el diseño de ciudades debe incorporar principios que favorezcan la desaceleración y el bienestar. Las estrategias incluyen el diseño de calles peatonales, la inclusión de espacios verdes en el tejido urbano y la creación de áreas destinadas al descanso y la contemplación. Además, el uso de materiales sostenibles y diseños que respeten la historia y la cultura locales puede enriquecer la experiencia de los habitantes, promoviendo una conexión más profunda con su entorno.
Jane Jacobs, en Muerte y vida de las grandes ciudades (1961), ya había cuestionado el impacto de los diseños urbanos que priorizan el flujo vehicular y el desarrollo económico sobre las necesidades humanas. Sus ideas resuenan en el urbanismo táctico implementado en ciudades como Buenos Aires, donde pequeñas intervenciones buscan devolver el control del espacio público a los ciudadanos. Estas iniciativas, que incluyen peatonalización de calles y creación de espacios de encuentro, permiten momentos de pausa y reflexión colectiva, funcionando como resistencia frente al capitalismo deshumanizante.
El reto, entonces, es imaginar ciudades donde el espacio no solo sea funcional o productivo, sino también un catalizador de reflexión, calma y conexión humana, podemos reimaginar el diseño urbano como una herramienta para transformar no solo nuestras ciudades, sino también nuestras vidas. La arquitectura tiene el poder de crear espacios que trasciendan lo utilitario, espacios que nos recuerden la importancia de detenernos, observar y simplemente ser.
Estefanía Vinueza: Arquitecta graduada de la Universidad de las Américas (UDLA), apasionada por el arte, la fotografía y la escritura. Con 27 años, encuentra inspiración en la música, las largas caminatas y la exploración urbana, cuestionando constantemente los espacios de la ciudad y descubriendo nuevas perspectivas en los pequeños detalles. Su enfoque creativo combina sensibilidad artística y reflexión crítica, siempre buscando reinterpretar el entorno a través de su mirada única.
Referencias:
- Han, B.-C. (2019). Elogio de la inactividad. Herder.
- Jacobs, J. (1961). Muerte y vida de las grandes ciudades estadounidenses. Random House.
- Kant, I. (2003). Crítica del juicio. Biblioteca virtual universal
- Lefebvre, H. (1974). La producción del espacio. Capitán Swing.
- Sennett, R. (1970). The Uses of Disorder. Alfred A. Knopf.
Proyectos mencionados:
- Parque Biblioteca España, diseñado por Giancarlo Mazzanti. Medellín, Colombia.
- Urbanismo táctico en Buenos Aires, Argentina (ejemplo contemporáneo de intervenciones urbanas).
Imagen entregada por la autora.