Maternidad: imposición, disidencia e infertilidad. – J. Barish
La maternidad tiene un millón de caras y no hay forma de suavizar lo que voy a decir a continuación, puede ser el infierno absoluto, así como puede ser lo mejor que le ha pasado a una madre.
“Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaben los cuentos. Escribo porque no sé coser, ni hacer punto, nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz” Irene Vallejo.
A Guadalupe Nettel la leí por primera vez hace más de 10 años en una novela extraña que me atrapó desde las primeras páginas que hablaba sobre gemelas, y hace poco la volví a encontrar en La hija única (2020) que relata una versión diferente sobre la maternidad, que además me sonaba muy cerca de casa, con dos perspectivas claras y completamente separadas entre sí, la de la narradora que decide no tener hijos, que no lo ha considerado entre sus planes, y que en ciertos momentos ve su posible maternidad reflejada en otras cosas o seres, unas palomas que anidan en su balcón, y su amiga Alina que estaba embarazada.
La maternidad tiene un millón de caras y no hay forma de suavizar lo que voy a decir a continuación, puede ser el infierno absoluto, así como puede ser lo mejor que le ha pasado a una madre. Nunca he creído que se deba romantizar la maternidad, las madres (especialmente las primerizas) se (nos) presentan un listado interminable de cosas que deben hacer, sentir, pensar, querer, que no se asemeja necesariamente con la realidad. Y este listado no solo encontramos las madres, sino también quienes voluntariamente o no, no lo son, quienes además están condenadas a escuchar cómo están incompletas, o como no conocerán el amor verdadero.
“Yo había escuchado esas palabras decenas de veces en labios de mamá y de otras mujeres sometidas a los prejuicios del patriarcado. Lo que estaba diciendo me parecía una sarta de lugares comunes” (Nettel, 2020, p. 47). Quienes deciden no serlo por las razones que sean (ante todo mantengo la creencia que la maternidad debe ser deseada o no serlo), se encuentran (o nos encontramos) con el estigma de ser las locas, las disidentes, las egoístas, las que no saben nada, las que no entienden el fin superior, no son capaces de ver “the big picture”. Y a este grupo hay que sumar a quienes quieren ser madres y no pueden (en el que me incluiré también), y a quienes fueron, pero su periodo de maternidad duró muy poco “una semana antes habían visto a Inés en el ultrasonido, la habían visto mover sus manitas y sus dedos, tan frágiles que parecían de cera. Ahora les decían que se iba a morir. No que estaba muerta, sino que se iba a morir. Hacía falta esperar un mes y medio para ello. Esperar un mes y medio para que naciera y luego, casi de inmediato, perderla para siempre” (Nettel, 2020, p. 63). No podía leer esto sin recordar a Rayna Rapp (2000) con respecto a los estudios que se hacen en personas embarazadas y fetos donde señala que quizás debido a que nuestras experiencias como mujeres han estado tan estrechamente ligadas a nuestro rol como madres (o no madres), tendemos a ver la defensa del naturalismo biológico como isomorfo con los derechos reproductivos de las mujeres, a pesar de nuestras propias críticas hacia esta manera de retratar a las mueres exclusivamente desde la capacidad reproductiva.
La novela relata paso a paso el dolor infinito y la incertidumbre de que una mala formación en el cerebro de la bebé no la permitiría vivir más allá de un par de horas y pese a que Nettel intenta encontrar argumentos como “ninguna madre sabe cuanto tiempo vivirán sus hijos. Existe incluso una expresión según la cual solo los tienen prestados” (2020, p. 69), pero pese a eso creyera (digo creer porque no puedo tener la absoluta certeza, aunque casi) que durante el embarazo no es una conversación común o una duda, “ninguno de ellos había sido padre jamás y, a juzgar por el trabajo que les costó concebir; lo más probable era que nunca volvieran a serlo. Por corta que fuera, la vida de Inés iba a constituir toda su experiencia de paternidad, una experiencia con la que ambos soñaban y por la cual se habían sometido a tantos tratamientos” (Nettel, 2020, p. 69).
Y de todas las mujeres que conozco que han y hemos vivido dificultades con respecto a la maternidad en todas sus aristas la mayor parte hemos sido incapaces de hablar del tema, de conversar de esto sin que sea un estigma, un tabú, una razón extra para la agencia, y, además, un dolor extra.
Ante una situación como esta, las preguntas básicas se resumen en “- ¿Cuánto tiempo va a vivir? – preguntó. -No sabemos. Dos semanas tal vez, o quizás un par de meses, con suerte algunos años. Lo único seguro es que no se va a morir en las siguientes horas-” (Nettel, 2020, p. 106). Rapp (2020) asegura que es indispensable entender ante todo que hay una descripción más poderosa de las complejas condiciones sociales a través de las cuales la biomedicina sirve y limita los diversos intereses de las mujeres que se encuentran fuera de este discurso. Y de todas las mujeres que conozco que han y hemos vivido dificultades con respecto a la maternidad en todas sus aristas la mayor parte hemos sido incapaces de hablar del tema, de conversar de esto sin que sea un estigma, un tabú, una razón extra para la agencia, y, además, un dolor extra.
Referencias:
- Nettel, G. (2020). La hija única. Anagrama
- Rapp, R. (2000). Testing women, testing the fetus. Routledge