Las mujeres tabla – Eladio Romero
La filosofía, como parte de las humanidades, tiene el deber de tomar distancia tanto de la biología como de la sociología y ver qué puede hacer desde sus propios alcances.
Este escrito no va sobre los bajos promedios de voluptuosidad de las cuencanas, aunque sí hablaré sobre mujeres y algo de estadísticas. ¿Por qué la mayoría de los premios nobeles son hombres?, ¿por qué mi abuelo nunca lavó los platos? Como cualquier persona que haya leído algo de filosofía, empezaré utilizando la palabra “falacia”. Y es que para enmarcar los puntos siguientes necesito partir de una presunción (otra palabra elegante, lastimosamente menos utilizada en las ciencias sociales de lo que debiera). Hablo sobre la falacia naturalista en el sentido de Moore (1993) para explicar las interrelaciones que se dan entre los distintos géneros. En la lectura de los feminismos esto quiere que estas interacciones exponen una estructura sociocultural que es naturalmente patriarcal, que está basada en relación de dominación que desfavorece a la mujer por ser mujer. Entiéndase naturalista como algo que está ya dado, que no depende del individuo, sino de una estructura -superestructura si quieren- que explica los hechos, las experiencias, las vidas. Tú ¿qué decides? Tú no decides nada, y lo que creas que decidas, solo es apariencia, ilusión, diría un constructivista radical o una feminista, quizá exceptuando alguna línea rupturista, o un falaz naturalista, que da lo mismo. Resultado: reduccionismo sociológico[1].
Ante esta resistencia a caer en el razonamiento erróneo del naturalismo en temas de género, bien se puede argumentar que al hacerlo podemos dejarnos abrazar por otra falacia, y caer en un reduccionismo biologicista. Es decir, que nuestra sexualidad biológica defina las relaciones entre individuos femeninos y masculinos. La mujer, con la tradición genética de gestar y cuidar, es óptima para estas tareas y el hombre, con su fuerza y agresividad, es perfecto para competir y proveer. La mujer se desempeña mejor en tareas que tienen que ver con las personas y los hombres, ruditos por excelencia, mejor en lo más abstracto y sistemático, las cosas. Estadísticamente, existen distinciones entre los cerebros femenino y masculino, y cualquier búsqueda en Google te mostrará que, en la filosofía, incluyendo la actualidad, hay más autores varones que mujeres. Debido a estas diferencias, también se explica que los trastornos del espectro autista y los suicidios tengan prevalencia en individuos masculinos, y que los problemas de la filosofía hayan sido prioritariamente abstractos (Kreamer, 2023; Wilhelm et al., 2018). La palabra clave aquí es “estadísticamente”.
Mi decisión ha sido no partir de ninguna de las dos premisas, sino ver los números, porque si quiero respuestas extrapolables, como pretende la filosofía (o al menos gran parte de las filosofías), necesito salir de la anécdota, sin que esto implique tampoco quedarme en el mero dato. Para ello tomaré con fines didácticos la idea de tabula rasa. Concebir a la mujer -o al hombre- como una tabla vacía, en blanco, sobre la cual la sociedad y sus dispositivos de control escriben lo que quieren parece sumamente despreciable. Que el sistema capitalista o el patriarcado les dice qué hacer, cómo y cuándo no es solo triste, sino cruel. Y proyectar que quien se ha dado cuenta de esto es una iluminada y la que no es una alienada o una víctima, o las dos, es un trato deshumanizante. Contrario a la tesis de que todo es construcción social, incluido el propio pensar y preferencias de cada mujer, mi postura es que los seres humanos no somos tablas rasas sobre las que la sociedad (como si fuese un ente etéreo de génesis espontánea) imprime sus lineamientos, sino que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia mente, voz y razonamiento, por más enmarañado e ininteligible que por momentos pueda parecer. Todas las tablas en blanco son iguales, no dicen nada. Me rehúso a sostener tal arbitrariedad. Bajo este presupuesto de que no somos tablas en blanco, vengo a hablar del feminismo y los estudios de género. Impulsado porque muchas mujeres de ciencia descalifican a pares suyos por cuestionar los supuestos feministas, defiendo que es importante hacerles el reclamo a estos dos dispositivos de control.
El feminismo, en su vertiente más hegemónica sostiene que existe una dominación estructural de un género sobre otro, a saber, del masculino sobre el femenino, por lo que es imprescindible reivindicar a este último. Coincido en que toda propuesta reivindicativa necesita una importante dosis de retórica y performatividad, por lo que entiendo y valoro las marchas lilas y verdes, los bailes coreografiados, los bellos en las axilas y -hasta en cierto punto- la deformación deliberada del lenguaje. El problema con todo esto es cuando se vuelve violento contra hombres inocentes y, lo que es más irónico, contra las propias mujeres, por no sentirse identificadas con o representadas por estos discursos. Son tachadas de extraviadas, ilógicas, machistas, y seguro otros epítetos que desconozco. “Ser mujer y no ser feminista es una contradicción hasta biológica”, es una de las frases que se dicen con este fin, sin embargo, también es una de las más interesantes porque valoriza, quizá sin querer, la relevancia de las determinaciones biológicas, a las que tanto se oponen. Es decir, mi primer reclamo al feminismo es el no respetar a las mismas mujeres cuando no comparten su visión de sexismo estructural o su forma de visibilizar, entender y establecer relaciones de poder.
Mi segundo reclamo al feminismo hegemónico es su limitada capacidad de autocrítica.
Mi segundo reclamo al feminismo hegemónico es su limitada capacidad de autocrítica. Nuevamente, entiendo que en su afán trasformador busque minimizar ciertas contradicciones o hacer de oídos sordos ante algunas objeciones como la dificultad de compatibilizar el “Yo te creo, hermana” y el derecho de todo ser humano a la honra y gozar de presunción de inocencia, o la preferencia de muchas mujeres por lo romántico, la seducción, la maternidad y profesiones más enfocadas a las personas. Una de las razones por las que concibo el feminismo como una postura cerrada a la crítica porque cuando he pedido datos o referencias estas se resuelven con bloqueos en redes, deseos de que me violen para que sepa cómo se siente una víctima o, en el mejor de los escenarios, falacias de autoridad. Es decir, muy poco se permite cuestionar cifras que pueden reflejar sesgos que se contestan. Por ejemplo, la brecha salarial se explica en mucho por los tipos de trabajos y número de horas, y que se matizan con transferencias monetarias de hombres a mujeres, la amplitud y ambigüedad del término “violencia de género”, o simplemente la falta de estadísticas de contraste (Kreimer, 2023). El feminismo, como la mayoría de los ismos, no ha demostrado la capacidad para cuestionarse.
En el ámbito científico, la panacea a la que recurren los defensores de la tesis de que las mujeres son tabulas rasas, son los estudios de género, probablemente la disciplina de las ciencias sociales con mayor financiamiento y omnipresencia de los nuevos campos de conocimiento (Hassan et al., 2022). Los estudios de género bien pueden concebirse como el ala académica del feminismo, porque principalmente visualizan su objeto de estudio dentro de un contexto sociohistórico patriarcal y falocéntrico[2], reconociendo solo marginalmente los problemas y conflictos de la masculinidad, extendiendo así la idea del hombre blanco heterosexual como eminentemente nocivo. Uno de los aportes interesantes de los estudios de género me parece que es la crítica a la ciencia en cuanto podría reflejar una epistemología parcializada por la percepción de este hombre blanco heterosexual, en la que la definición y valoración de los objetos de estudio y los métodos de investigación por el género, creencias y posiciones de los investigadores. Pero este debe ser un problema de investigación, no un axioma para desautorizar todo el recorrido científico de la humanidad hasta hoy, ni los resultados de científicos varones o de mujeres que son abiertamente antifeministas, ni de investigaciones concebidas bajo paradigmas positivistas. Es importantísimo que nos cuestionemos cómo se hace ciencia y el papel que en todo esto puede jugar la cultura, pero dejando siempre abierta la puerta a la duda y a valorar y analizar los datos aun cuando no nos gustan o cuestionan nuestras premisas. Si algo es rescatable de la ciencia falocéntrica y patriarcal, es que ha sabido dejar siempre una rendija abierta para que se la pueda falsar.
Con estas reflexiones sobre el feminismo y los estudios de género, me gustaría volver sobre estas dos falacias de las que hablé antes. Por supuesto, si son argumentaciones erróneas no voy a defender ninguna, pero sí puedo proponer cómo sus premisas ayudan a encuadrar preguntas, actitudes y comportamientos que al menos no sean dañinos. Por un lado, la premisa biologicista tiene sentido en cuanto es capaz de explicar preferencias y aptitudes a nivel estadístico, con base en tendencias descritas por grandes conjuntos de datos y pocas variables controladas que, por lo tanto, nos permiten decir algo sobre los colectivos con cierta seguridad. Pero este decir algo es meramente descriptivo de una situación dada, no de un deber ser. Me animo a decir que ningún biologicista defenderá que lo que describen sus disciplinas es prescriptivo. Por otro lado, el supuesto naturalista del constructivismo social tiene sentido en cuanto a la influencia de la cultura y normas sociales. Esto permite explicar ciertas expectativas y aspiraciones cuya presión podría dar forma a las actitudes y comportamientos de uno u otro grupo, pero que a su vez pueden ser transformadas por medio de una ingeniería social integral basada en la deconstrucción de género y reformas legales, políticas y administrativas. Contrario a la modestia que reconozco en biólogos, he escuchado a varios sociólogos defender que lo que describen sus disciplinas es además prescriptivo.
La filosofía, como parte de las humanidades, tiene el deber de tomar distancia tanto de la biología como de la sociología y ver qué puede hacer desde sus propios alcances. De algún modo simplista, vale enfocar esta discusión sobre el género en dos campos: el epistemológico y el ético. Desde el primero de estos campos, tanto la biología como la sociología están blindadas por distintos paradigmas bastante bien fundamentados ya, el positivismo y el interpretativismo (nuevamente, simplificando en extremo, y es esta la última aclaración que hago en este texto). Mientras el positivismo, con su búsqueda por la objetividad, defiende a la biología, el interpretativismo, con su valoración de la subjetividad, salvaguarda a los enfoques sociológicos. Pero esa misma objetividad positivista es la que limita al conocimiento a lo descriptivo, de modo que se mantiene en un espacio seguro, sin pretender imponer una norma o moral, porque tampoco le importa. Por otro lado, el subjetivismo pretende describir y prescribir. El inconveniente está en que la sociología ha tendido a confundir estos dos alcances y, lo que, es más, a erróneamente pretender describirlo todo como construcción social y a proponer como deseable un cambio, una continua deconstrucción que, contradictoriamente, requiere de presupuestos y dogmas que tendrán que ser impuestos. Solo en esta confusión puede comprenderse el feminismo hegemónico, porque no solo establece este dogma y supuestos, sino que describe cómo las mujeres, por ser mujeres, son tablas en blanco moldeadas por las estructuras y relaciones sociales. Esta inconsciente o deliberada pretensión de la sociología es lo que continuamente la lleva a caer en el sociologismo.
Tanto los estudios de los seres vivos como los de los seres sociales (que también están vivos) permiten una aproximación ética. Para los primeros, esta tendrá una aproximación más utilitarista o pragmática, mientras que para los segundos prima una suerte de realismo moral (Sayre-McCord, 2005), al menos en lo que compete al enfoque de género. Esto se puede ver con más claridad en las políticas de cupos, un mecanismo legal administrativo de esa ingeniería que busca reivindicar los roles sociales de las mujeres. Por ejemplo, puede ser alarmante que tan solo el 5% de pilotos en Europa sean mujeres (Statista, 2018), pero ¿es este asunto éticamente relevante?, ¿es ético discriminar[3]?, ¿por qué sería importante que haya equidad de género en la contratación de pilotos?, ¿hasta qué punto es correcto excluir a hombres mejores puntuados para cumplir con una cuota? De manera inversa, ¿se deberían implementar políticas de cupos en profesiones en las que las mujeres están sobrerrepresentadas, como en educación primaria o enfermería? Yendo al ámbito judicial, ¿cuáles son los cuestionamientos éticos a los procesos con perspectiva de género que suspenden derechos humanos como el de ser inocente hasta que se pruebe lo contrario o de que no se juzgue a un individuo por su pertenencia a un género? (Shields y Cochran, 2020). O de que ante la ausencia de pruebas para el sistema judicial se tome la justicia por propias manos, como le ocurrió a Gabriel Fernández (Federico, 2019). En lo personal, ¿quién tiene derecho a menospreciarte por preferir quedarte en casa cuidando a tus hijos y cocinando para tu esposo? Es sobre estos temas que las miradas feministas y de género deberían pronunciarse y abrirse a la discusión. Está aquí su principal aporte.
Finalmente, cabe decir que tomar una posición que discrepe con que todo es social, cuestiona ese “todo” pero no deja de reconocer la relevancia de la influencia social y las posiciones de poder.
Finalmente, cabe decir que tomar una posición que discrepe con que todo es social, cuestiona ese “todo” pero no deja de reconocer la relevancia de la influencia social y las posiciones de poder. El reto es explicar una realidad entendiendo que “lo social” no implica necesariamente rechazar de facto las evidencias de otras disciplinas como la psicología evolucionista y qué más bien aquí están esas fronteras del conocimiento. Mi llamado es dejar de pensar en las mujeres como mero colectivo o como agentes pasivos. No quiero mujeres tabla, concebidas como víctimas de lo que otros y otras tallan en ellas, también cada una toma sus decisiones.
Eladio Romero.
Referencias:
- Hassan, R., Shahza, A., Fox, D., & Hasan, S. (2022). A bibliometric analysis of journal of international women’s studies for period of 2002-2019: Current status, development, and future research directions. Journal of International Women’s Studies, 22(1).
- Kreimer, R. (2023). El patriarcado no existe más. Editorial Galerna.
Federico, J. (2019, noviembre 3). Lo escracharon por un abuso que no cometió y fue sometido a una brutal golpiza. La Voz del Interior. https://www.lavoz.com.ar/sucesos/lo-escracharon-por-un-abuso-que-no-cometio-y-fue-sometido-a-una-brutal-golpiza/ - Shields, R. T., & Cochran, J. C. (2020). The gender gap in sex offender punishment. Journal of quantitative criminology, 36(1), 95-118.
- Moore, G. E.(1993). Principia ethica. Cambridge University Press.
- Sayre-McCord, G. (2005). Moral Realism. Retrieved from http://plato.stanford.edu/entries/moral-realism/
- Statista (2018) Porcentaje de mujeres piloto por aerolínea comercial en el mundo 2018. (s/f). https://es.statista.com/estadisticas/831072/aerolineas-comerciales-mundiales-segun-el-porcentaje-de-mujeres-pilotos/
Wilhelm, I., Conklin, S. L., & Hassoun, N. (2018). New data on the representation of women in philosophy journals: 2004–2015. Philosophical Studies, 175, 1441-1464.
Notas:
[1] Principal factor que explica que en los hogares con jefes de hogar sociólogos exista poder adquisitivo para vivir decentemente.
[2] Que, por cierto, siempre me ha fascinado la facilidad con la que estos estudios toman términos de una corriente tan misógina y abiertamente pseudocientífica.
[3] Sea “discriminación positiva” o no, pues, aunque sea positiva para unos o unas, no deja de ser discriminación o exclusión para otros.