Un terreno movedizo: el género. – Lucía López
Entre tanto acontecer, lo especialmente valioso es esa transición entre lo que personalmente entendemos como “género” y las variaciones que surgen desde los parámetros sociales que nos permiten, hasta cierto punto, clasificar, los comportamientos al margen del determinismo biológico.
Seguramente, cuando dialogamos en cada grupo acerca de la palabra “género” en ese preciso instante se considera que las condiciones de entendimiento de esa conversación se particularizan, en gran medida, porque las reflexiones que se construyen a partir de la categoría de género, cada día se separan más radicalmente del determinismo biológico; circunstancia que no siempre fue así.
Cuando le preguntaron a Beatriz Preciado -hoy Paul B. Preciado- sobre qué pensaba acerca de la lucha de los feminismos, respondió que “existe una pugna por ocupar los territorios de la testosterona” entonces, ¿qué pensar después de esta reflexión? Cuando vemos que varias mujeres pugnan por “espacios puente” a los que se les llama así porque se concentran en ocupar y ejecutar actividades consideradas –típicamente– masculinas.
Sin embargo, Preciado (2000) se plantea que las condiciones de representación de la masculinidad a través de lo femenino, atraviesan también la conjugación de las condiciones de territorialidad típicamente femeninos y que hoy exigen su apertura hacia las otras diversidades sexo-genéricas hacia las cuales se exigen también una apertura mediante las expresiones que cada vez son más recurrentes en la vida contemporánea.
En este mismo sentido, Judith Butler (1990) ubica que estas construcciones sociales están tejidas en un contexto interdisciplinario mencionando que se involucra la teoría académica y la investigación empírica, pero también se incorporan -de manera indiscutible- las políticas que afectan la vida cotidiana de todas las personas.
Por lo tanto, el tema del género es, también, una representación final de la capacidad performativa del cuerpo
Por lo tanto, el tema del género es, también, una representación final de la capacidad performativa del cuerpo; de todas las maneras de actuar que son encasilladas, categorizadas y luego encapsuladas por cada sociedad y que cuyo resultado es el surgir permanente de las minorías que se encuentran en el borde -por decirlo de alguna manera- y que se dan a conocer en la toma de los espacios de la ciudad que ocupan cierta etiqueta de distinción.
En este sentido, una de las condiciones que están atravesando el análisis de los planteamientos de los movimientos sociales y de los colectivos contestatarios del espectro del género y la normatividad que le ha sido otorgada, se entretejen con el análisis de la toma de los espacios típicamente masculinos. Sin embargo, existe un sin número de estos sitios que también son ocupados comúnmente por las mujeres y que hoy en día son los hombres quienes desean incorporarse en estos lugares.
A la par de las condiciones sociales dentro de las cuales están “ordenadas” lo que corresponde a esta peligrosa palabra -género- encontramos también a las maneras en las que los estigmas sociales tratan de resolverse en las ciudades y en cada rincón en los que se encuentran los humanos; no obstante, las circunstancias no siempre son esperanzadoras, porque el conflicto del género es solo una disputa más por las que Occidente ha tenido que plantear nuevos mártires que la sociedad los reconoce momentáneamente porque todavía nos cuesta sumergirnos en esos tantos otros sentires que se salen de la razón.
Entre tanto acontecer, lo especialmente valioso es esa transición entre lo que personalmente entendemos como “género” y las variaciones que surgen desde los parámetros sociales que nos permiten, hasta cierto punto, clasificar, los comportamientos al margen del determinismo biológico.
A la par de que se desarrolla esta intersección de conocimiento de los límites que tienen las palabras “sexo” y “género” de las cuales se nos hace incómodo el diálogo aún, a pesar de que el transcurso de la propia evolución de los seres humanos ha propiciado que evolucionemos en este sentido, pero solo hasta cierto punto porque se requiere de valentía para transitar el terreno del género; se necesita rebeldía también para concluir que -inclusive- el sexo puede catalogarse como un consenso social en la medida en la que se normalizan ciertos acuerdos en las sociedades, en occidente más específicamente porque es solamente en estos espacios en los cuales los mismos individuos pretenden alcanzar a entenderse a sí mismos, pero también esto solo es posible cuando nos miramos en las luchas de esos bordes que encarnan el conflicto en sí mismo del género.
Hemos de resaltar las luchas sociales en las que la diversidad sexo genérica ha tenido el valor de sobrellevar, en esos momentos que encarnan las rupturas… las disidencias de este incómodo problema social que les conflictúa a las regiones de cada rincón, porque a lo mejor nos dimos cuenta de que fallamos desde hace tanto tiempo en este contexto de la especie humana.
Solo nos permitimos reflexionar un poco sobre este peligroso abismo que es el género, con el temor de que en realidad el resultado de todo esto sea, quizás, que el amor es la disidencia más radical en estos tiempos en los cuales se habla más que lo que se siente en este contexto y que, probablemente, se pierde más de lo que se gana.
Entonces, solo podemos trasladar esta incertidumbre al terreno de lo efímero y ese sí es un problema más grande, esa sí es una causa perdida porque qué nos puede quedar después del género y sus reduccionismos minimalistas en los que ya se incorporará inclusive la inteligencia artificial y entonces, qué nos podrá quedar de resultado frente a las condiciones por las que la diversidad sexo genérica ha venido interrumpiendo aquello que para la gran mayoría -talvez- sigue considerándose normal y como tal, inquebrantable.
Referencias:
- Butler, J. (1990). El género en disputa. Editorial Paidós.
- Preciado, P., B. (2000). Manifiesto contrasexual. Editorial Anagrama.