El quehacer de pocos
Por: Willian I. Acosta.
Es ingenuo creer que la felicidad se puede alcanzar por medio de la reflexión.
Con el paso del tiempo las cosas por hacer, los quehaceres, parecen no dejar de aumentar. Los individuos pasan de tener tareas simples a tener cada vez más tareas complejas y monótonas. Pasan de tener que levantarse temprano para ir a la escuela, a tener que levantarse temprano para ir a trabajar, pagar deudas, pagar el arriendo, hacer compras, lavar platos, lavar ropa, entre otras actividades y quehaceres que van surgiendo en el camino. Esta forma de vida deja pocos intervalos de tiempo libre. Y es en esos momentos en que la infancia y la adolescencia, en muchos de los casos, se rememoran como las épocas en que se tenía tanto tiempo libre que no se sabía qué hacer con él. Cuando se ha descubierto cómo aprovecharlo, se ha dejado de tener el tiempo para emplearlo. Cuando se tiene el tiempo para emplearlo, tal vez ya no se tenga el suficiente ánimo para hacerlo.
Acelerar o desacelerar el paso al caminar, esta es una de las formas en que se puede medir si las personas tienen el suficiente tiempo para perder. La vida contemporánea exige cada vez más velocidad. Los individuos viven en la inmediatez de las cosas; la capacidad de esperar se ha degradado tanto, al punto en que esta parece ya vislumbrarse únicamente como una virtud. Esperar no es solo quedarse quieto, es también no acelerar el paso, caminar al propio ritmo. Por las calles es normal ver a la gente apresurada. Algunos corren, aún cuando el lugar al que tienen que llegar tal vez sea un lugar en el que realmente no quieren estar. Se fijan tanto a donde se supone que tienen que llegar, que no se permiten detenerse a observar lo que los rodea.
Al detenerse, o simplemente al ir más lento, verán cosas sencillas: arboles, aves, nubes, el cielo, gente, autos, mascotas, entre otras cosas. Estos acontecimientos no tendrán nada que decir si no se pasa de la mirada a la contemplación. La mirada es algo superficial, una descripción de lo que se ve. Schopenhauer (2008) comenta sobre la contemplación que:
Contemplar es un acto que implica una relación puramente intelectual, que, al apartar al sujeto de sus deseos y voluntades, lo coloca en un estado de pasividad en el cual no hay ninguna acción, ningún deseo, ninguna voluntad, solo la pura apreciación del objeto (p. 105).
La capacidad contemplativa, ese desapego de la superficialidad, es algo que no se puede ejercer de inmediato, algo que difícilmente se podrá llevar a cabo si se quiere vivir apresuradamente. La contemplación exige un alto, un freno casi total, porque, como se menciona en la cita, implica la ausencia de actividad para desarrollar tal apreciación. En este sentido, la exigencia constante de actividades en la vida contemporánea deja poco o casi nada de espacio para la contemplación. Así, habría de restársele importancia a algunas de las actividades cotidianas para darle un poco de tiempo a la actividad contemplativa. Habría que tener el tiempo suficiente como para no hacer nada, puesto que es en esa inactividad cuando surge la contemplación.
La contemplación se relaciona profundamente con el quehacer filosófico. Al ser la contemplación un estado apreciación ontológica, inevitablemente conlleva a un cuestionamiento sobre las razones de ser acerca de aquello que se contempla. Es decir, la contemplación faculta una examinación profunda sobre el fundamento de un objeto, fenómeno o acontecimiento. La contemplación no es una actividad física como lo sería un deporte, pero si es una actividad intelectual. Como cualquier actividad física, esta actividad intelectual demanda concentración, tiempo y dedicación. Es por esto, por el tiempo que requiere, que la contemplación no es ampliamente valorada en el mundo de la información y la productividad mercantil.
Sin embargo, la actividad contemplativa no requiere únicamente de tiempo y dedicación, requiere incluso de la capacidad para llevar la facultad crítica al límite. Esta crítica no solo tiende a desarrollarse en el campo académico, como lo sería una crítica epistemológica sobre el método científico, sino que también implica una crítica sobre el mismo individuo. Es decir, la contemplación llevada al campo de la vida personal puede conllevar a una serie de cuestionamiento que puede ocasionar, en el individuo que lo practica, una serie de estados de intranquilidad, ansiedad, angustia, e incluso puede que hasta de depresión. En este sentido, citamos a Theodor Adorno (1996): “La filosofía auténtica no es un simple juego de ideas para el disfrute de todos, sino una actividad que exige un esfuerzo crítico constante, algo que muy pocos están dispuestos a hacer o pueden hacer” (p. 95).
Dejemos de lado la ambigüedad de la filosofía auténtica. Como lo describe la cita, la filosofía -relacionada ampliamente con la contemplación- no es un juego de ideas. Algunos consideran que es solo hacer preguntas. Pero quienes opinan así con frecuencia olvidan que solo haciendo preguntas se pueden poner en crisis todo un sistema de valores y creencias comunitarias e individuales. No todas las comunidades tolerarán el ser cuestionadas, como el clásico caso de Grecia y Sócrates. Así mismo, no todo individuo tolerará ver en crisis sus sistemas de valores o creencias individuales. No por nada filósofos como Kierkegaard, al entrar en un estado de contemplación profunda, también entró en estados de angustia y desesperación profunda. Para poner un caso más extremo hay que tener en cuenta al filósofo Philipp Mainlander, al cual su estado contemplativo de la realidad lo llevó a tomar la decisión de quitarse la vida. Su visión del mundo puede encontrarse en Filosofía de la redención. Desde Sócrates hasta Mainlander puede observarse que la filosofía no es una actividad destinada para todos: no todos aceptarían una condena a muerte por filosofar, ni mucho menos se suicidarían después de que su contemplación del mundo los convenciera de ello.
Quienes abogan por una especie de democratización de la filosofía no estarán de acuerdo con esto, y están en su derecho. Pero si se dijera que la química, la física, la biología o que la matemática no es para todos, serían menos las personas que se escandalizarían. Esto refleja que existe una especie de idealización de la filosofía, una idealización que se vio fortificada desde Sócrates: “una vida sin examen es una vida que no merece ser vivida”. Esto implica que una vida basada en la reflexión crítica y el examen constante es una buena vida. Pero pregúntese el lector a sí mismo, ¿Estaría dispuesto a cuestionar lo que hace día a día? ¿estaría dispuesto a poner en duda aquello en lo que cree en este momento? ¿qué pasaría si su crítica lo lleva a considerar que lo que cree es absurdo y sin fundamento? ¿qué pasaría si su crítica no lo lleva a ninguna respuesta y solo a más preguntas? ¿sería capaz de hacer este ejercicio de manera cotidiana? ¿sería capaz de enfrentar tantas preguntas? ¿qué tan buena sería para usted vivir una vida así?
Evidentemente, no todos tendrán la capacidad para el ejercicio filosófico. Sartre (1938), en La Nausea, nos dice: “El pensamiento filosófico es un lujo existencial. No todos están dispuestos a hacer frente a la angustia que conlleva. La mayoría prefiere ignorar las preguntas que nos enfrentan a la nada” (p. 82). Visto desde este ángulo, la filosofía, como lo menciona Sartre, es una especie de lujo existencial. Pero más que un lujo, habría de considerarla como una capacidad. No todos tienen la capacidad para dibujar, tocar un instrumento, cantar, o hacer algún deporte. Así mismo, no todos tendrían por qué tener la capacidad para el ejercicio filosófico. Con esto no se quiere decir que la filosofía debe ser para unos pocos, sino que, al igual que otras disciplinas, la filosofía no la ejercen todos, y eso no tiene por qué ser necesariamente malo.
Sin duda, todo individuo tiene preguntas filosóficas, pero no todos están dispuestos emprender una búsqueda de la cual terminarían con más preguntas o sin ninguna respuesta. La abundancia de religiones y creencias demuestran que para buena parte de la humanidad le es difícil vivir en la nada en que los coloca la contemplación ontológica y su consecuente crítica. Existe una gran cantidad de personas que, sin su creencia en dios, la libertad, la democracia o la justicia, sus vidas no tendrían sentido. La actividad filosófica no solo puede dar luz a los problemas de la vida cotidiana, sino que su luz -la crítica- puede ser tan fuerte que puede cegar. Como si se mirara directamente al sol.
Otros considerarán que la filosofía puede llevar a las personas a “una manera correcta de pensar”. Pero este es también un principio de herencia socrática. Si realmente consideramos como real este juicio, puede decirse que Mainlander pensó y tomó la decisión correcta al quitarse la vida. O incluso, de considerarse así, podría decirse que Hegel tenía razón al considerar que las naciones europeas eran la representación del Espíritu Absoluto (dios). Considerar que existe una manera correcta o incorrecta de pesar, es ver el mundo en blanco y negro. Hay maneras de pensar distintas, y en eso sí ayuda la filosofía. La filosofía no es un ejercicio del que se termine pensando correctamente, sino un ejercicio del se termina pensando de una manera diferente. Lo diferente no es bueno, tampoco malo; se definirá por las consecuencias que tenga dentro de un determinado esquema moral o ético.
Se dirá también que este es el lado más pesimista de la filosofía. Pero en realidad es uno de los tantos lados de la filosofía que rara vez se aprecia, o del que siquiera se habla. Es entendible que no se quiera hablar de este aspecto, más aún cuando lo que se quiere es hacer que las personas se interesen en la filosofía. Pero en este objetivo se olvida que simplemente hay gente a la que no le interesa, y no por eso su vida termina siendo peor que la de quienes filosofan. La filosofía es, etimológicamente, el amor a la sabiduría. Su belleza etimológica es innegable, pero dicha belleza muchas veces no permite poner en duda lo que implica la sabiduría. La sabiduría, como se puede interpretar principalmente en el budismo, no es un camino sin obstáculos. La sabiduría requiere de una fuerte capacidad reflexiva. Reflexionar significa volver sobre una misma cosa; literalmente: re-flexionar. En este caso reflexionar sería volver sobre una misma idea, una y otra vez. Hay individuos en los que la actividad reflexiva los lleva a un pensamiento ansioso, compulsivo o aflictivo. La actividad reflexiva, y por lo tanto la actividad filosófica, puede conducir a individuos a un estado depresivo. No por nada el sobrepensar hace que muchas personas entren en estados anímicamente indeseables.
Con esto no se quiere decir que por desarrollar o intentar practicar el quehacer filosófico el individuo va a deprimirse y quitarse la vida. Pero sin duda es una de los posibles resultados. ¿Qué pasaría si un individuo, al reflexionar sobre su vida se da cuenta que no es como pensaba? ¿qué nos hace creer que eso lo haría sentir mejor? ¿Qué nos impide creer que eso no lo llevaría a tomar una trágica decisión? En este sentido, una vida con análisis puede que no merezca la pena ser vivida.
En este artículo no se busca desanimar a las personas a que practiquen el quehacer filosófico. Por el contrario, se busca mostrar un lado que rara vez se muestra con respecto a la filosofía. Si lo que los individuos buscan es la felicidad, como lo proponía Aristóteles, tal vez debería tomar otro camino. Es ingenuo creer que la felicidad se puede alcanzar por medio de la reflexión; la reflexión pone en duda qué es la felicidad y su factibilidad. La filosofía arranca al individuo de su pasividad, pero eso no implica que lo lleve a un mejor lugar: “Solo se puede estar en el paraíso cuando desconoces lo que es estar en el paraíso. Desde el momento en que lo sabes, el paraíso desaparece. (…) En el pensar está implícita tal expulsión” (Gray, 2020, p. 71). La reflexión, el estado contemplativo, no es un estado de felicidad ni de tristeza, es solo un estado en el que no existen dichas categorías, pero que sí pueden conducir a ellas, aunque no necesariamente ni en todos los casos.
La filosofía, como cualquier otra disciplina, no es ni buena ni mala, pero no tendrá las mismas repercusiones en todos los individuos. Hay gente que dice ser feliz sin haberse detenido a reflexionar, y hay gente que reflexionando no ha podido ser feliz, ¿por qué entonces seguir creyendo que la filosofía es para todos? El problema no es que la filosofía la puedan hacer unos cuantos, sino que no todos tengan acceso al conocimiento filosófico. Definir qué es filosofía y qué no lo es, es tema aparte. El punto central aquí es que si la filosofía, el reflexionar, le parece cansada, aburrida, tediosa o deprimente, tal vez la filosofía no es para ese individuo. Y eso no tiene nada malo. Tal vez, si el individuo así lo elige, lo suyo sea la vida cotidiana, y eso tampoco tiene nada de malo. No tiene nada de malo vivir una vida normal, una vida sin filosofar, una vida con distracciones. No tiene nada de malo tener prisa y no detenerse a observar lo que los rodea. No tiene nada de malo tener distintas formas de vida. El individuo no tiene por qué sentirse culpable de no seguir las pretensiones de algunos académicos e intelectuales.
Para terminar, queremos dejarles esta reflexión de John N. Gray (2020) al respecto:
Vivir como un gato significa no querer nada más allá de la vida que estás viviendo. Esto significa vivir sin consuelos y eso podría ser insoportable para ti. Si es así, hazte de alguna religión pasada de moda (a ser posible, de alguna profusa en rituales). Si no puedes encontrar una que vaya contigo, sumérgete en la vida corriente. La emoción y las desilusiones del amor romántico, la búsqueda de dinero y ambición, el circo de la política y el clamor de la actualidad informativa enseguida desterrarán de ti toda sensación de vacío (p. 169).
Willian I. Acosta. Filósofo ecuatoriano y estudiante de maestría en ética aplicada. Especializado en filosofía antihumanista, es consultor filosófico, miembro del Centro Filosófico Amawtay y promotor del antinatalismo.
Referencias:
- Adorno, T. W. (1996). Mínima moralia: Reflexiones desde la vida dañada. Ediciones Akal.
- Gray, J. N. (2020). Filosofía felina: los gatos y el sentido de la vida. Editorial Sexto Piso.
- Sartre, J.-P. (1938). La náusea. Editorial Losada
- Schopenhauer, A. (2008). El mundo como voluntad y representación. Editorial Losada.
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