El submundo de la ciudadanía en 1952
Por: Sara Antonia Coronel Arauz
Es importante comprender que el aislamiento no solo tiene connotaciones físicas; los testimonios estudiados por Campo (2010) demuestran que, a partir del diagnóstico de la enfermedad, una persona puede pasar varias décadas recluida en el hospital.
La lepra es una enfermedad que se manifiesta en nuestro órgano más amplio: la piel. Las personas que la padecen han sido alejadas de la ciudad para evitar el contacto con otras miradas y pieles. Varios periódicos de Ecuador han relatado la situación de los leprocomios y han entrevistado a personas con esta enfermedad. Por ejemplo, el periodista Alfredo Cárdenas, del diario El Universo, relató en 2019 el caso de César Cabrera, quien se encuentra en Quito, en el Hospital Dermatológico Gonzalo González, ubicado en el barrio San Pablo, La Vicentina.
César Cabrera nació en 1951 en la provincia de El Oro. Ha vivido más de 37 años en el hospital y señaló que, durante varias décadas, sufrió fuertes dolores físicos sin saber qué enfermedad tenía, hasta que en la década de 1980 los médicos le informaron que se trataba de lepra (Cárdenas, 2019).
Su testimonio nos invita a reflexionar: ¿por qué hubo tanta demora en su diagnóstico?, ¿cómo se enfrentó esta enfermedad en los años cincuenta en Ecuador?, ¿cuáles fueron las medidas implementadas? Y, más complejo aún, ¿cómo las personas aceptaron o rechazaron esas medidas?
Según el Trabajo estadístico de la incidencia de la lepra en el Ecuador, escrito en 1952 por el Dr. Gonzalo Hernández, las personas sabían que la lepra era una enfermedad crónico-contagiosa, cuyo período de incubación era extenso y que la medicina de la época ya contaba «con específicos que combaten con todo éxito al Bacilo de Hansen» (Hernández, 1955, p. 199). Por lo tanto, las personas sospechosas debían acudir a los dispensarios de salud y acatar las normas indicadas.
Había información dispersa sobre el tema. Por ejemplo, un boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana de 1937 demuestra que la Dirección General de Sanidad conocía de seis casos de lepra en Guayaquil (Pérez, 1939). Posteriormente, en 1952, el Dr. Hernández estuvo a cargo de la Campaña contra la Lepra. En su cargo, solicitó la colaboración de instituciones estatales, como las Fuerzas Armadas, y el apoyo de instituciones eclesiásticas para cooperar con el Servicio Sanitario. Su investigación se centró en cuatro provincias: Cañar, Azuay, Loja y El Oro.
Figura 1. Mapa de distribución en Loja. Por medio de estos mapas se pudo situar y cuantificar el número de personas con lepra. En la provincia de Loja hubo al menos seis sitios.
Figura 2. Mapa de localización en Cañar y Azuay. Se puede observar que en las provincias de Cañar y Azuay existieron al menos nueve lugares con casos de lepra.
Figura 3. Mapa de sitios afectados en El Oro. En esta provincia aparecen 11 lugares con casos de lepra.
Se desconoce la cifra nacional de personas enfermas de Hansen en esta época. Sin embargo, según el plan de campaña de Hernández, la enfermedad representaba un peligro para las ciudades; los lugares antihigiénicos eran propicios para su diseminación, y era necesario aplicar los nuevos conocimientos científicos para evitar que las personas con lepra fueran perseguidas, abandonadas y maltratadas, ya que algunas prácticas involucraban métodos drásticos e inhumanos (Hernández, 1955).
En su plan de campaña, Hernández relató una serie de indicaciones que las personas enfermas debían acatar. Si estaban en un período contagioso, el aislamiento debía ser inmediato; y si se declaraba que no estaban en estado de contagio, debían cumplir con varias condiciones para relacionarse con otras personas, como evitar la manipulación de objetos íntimos (ropa o vajilla), abstenerse de tener relaciones sexuales y/o contraer matrimonio con personas sanas, limpiar sus objetos en sitios completamente apartados y notificar cualquier cambio de domicilio (Hernández 1955).
La Psic. Ana Campo realizó en 2010 un análisis psicosocial de los procesos de pérdida y duelo en pacientes con lepra y señaló que dichos elementos pueden denominarse «muerte social». Las personas sanas temían contagiarse y buscaban apartar a las personas enfermas del grupo social.
La persona que padece lepra no tiene otra opción que obedecer a los mandatos morales, sanitarios, económicos y médicos de su comunidady, en muchos casos, dejar a su familia para ingresar en el submundo de los sitios dedicados al leproso. (Campo, 2010, p. 31).
Figura 4. Análisis de las poblaciones de siete provincias
Los mandatos sanitarios de 1952 propuestos por Hernández no fueron exclusivos de Ecuador. En el documento se mencionan dos instituciones: el Servicio Ambulante Rural de Extensión Cultural (SAREC) y el Servicio Interamericano de Salud. La preocupación por erradicar la lepra y llevar a cabo campañas anti leprosas también ocurrió en otros países. En 1930 se llevó a cabo una Campaña Nacional contra la Lepra en México (Gómez-Dantés y Frenk, 2019) y otras campañas en las décadas de 1920 y 1930 en Colombia (García, 2004).
Además, un elemento importante de mencionar es que estas medidas estuvieron revestidas de discursos sobre la integración y el progreso de las naciones. Pero ¿de qué integración se hablaba si lo que se hacía era aislar a las personas enfermas?
La integración estaba relacionada con la inserción en los servicios sanitarios de la época, ya que el desarrollo cultural de una nación dependía de que la ciudadanía estuviera sana. Así lo manifestó Engel (1957), doctor en Medicina y Ciencias Sociales: «las enfermedades son siempre una desgracia y es una de las mentiras históricas corrientes sostener que las enfermedades contribuyen positivamente al progreso de la humanidad» (p. 162).
Por su parte, Hernández (1955) afirmó que «los países que han soportado grandes invasiones del bacilo Leprae y tuvieron que luchar para detenerlo encontraron que el aspecto higiénico y cultural de la población juega un papel importante que se debe tomar en cuenta en una campaña» (p. 181).
Sin embargo, autoras como Prieto y Páez (2017) señalan que las campañas eran resistidas por las poblaciones. Algunas veces hubo intervención policial o saqueos de animales y bienes. El SAREC y la Misión Andina Ecuador (MAE) estuvieron a cargo de realizar campañas de higiene que mejoraran las condiciones de vida de las personas (Prieto y Páez, 2017).
Los testimonios actuales apuntan a que una de las ideas principales de la campaña, el aislamiento social, ha sido una de las estrategias históricas fundamentales para apartar de nuestros sentidos a las personas con lepra. Es importante comprender que el aislamiento no solo tiene connotaciones físicas; los testimonios estudiados por Campo (2010) demuestran que, a partir del diagnóstico de la enfermedad, una persona puede pasar varias décadas recluida en el hospital. Esto ha provocado efectos sociales, familiares e individuales, como el caso de César Cabrera, mencionado al inicio, quien ha vivido más de la mitad de su vida en el hospital sin tener a dónde ir.
Algo que ha acompañado a estas fuentes son las nociones de pobreza y enfermedad. Las personas con lepra suelen ser calificadas como «pobres» o «pobrecitas», que inspiran lástima y responsabilidad por parte de órdenes religiosas, instituciones de salud continentales y gobiernos. El uso de la estadística fue una forma de conocerlas en la sociedad y, así, las instituciones identificaban las características de la población para disciplinarla o aislarla.
Por último, es importante mencionar que el presente análisis no incorpora datos de las mujeres con lepra debido a que las estadísticas de la época no estaban clasificadas por sexo. Sin embargo, algunas fuentes mencionan que hubo mujeres con lepra que vivieron en los leprocomios con sus hijos o, en otros casos, fueron separadas de ellos. También es relevante traer al presente la reflexión sobre la «piel escondida y aislada» para comprender mejor a nuestra sociedad.
Sara Antonia Coronel Aráuz. Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Magíster en Historia por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
Referencias
- Campo, A. (2010). Análisis psicosocial de los procesos de pérdida y duelo en pacientes Hansen internalizados en el Hospital Dermatológico Gonzalo González. Universidad Politécnica Salesiana.
- Cárdenas, A (2019, enero). La lepra en Ecuador: una enfermedad y un estigma; César Cabrera cuenta su historia. El Universo. https://www.eluniverso.com/noticias/2019/01/27/nota/7161332/se-reducen-casos-lepra-ecuador-cesar-cabrera-cuenta-su-historia
- Engel, P. (1957). Enfermedad y ultura. Boletín de Informaciones Científicas Nacionales, 9(4), 154-174.
- García, M. (2004). Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia. Revista Colombiana de Sociología, 23(1), 317-322.
- Gómez-Dantés, O. y Frenk, J. (2019). Crónica de un siglo de salud pública en México: de la salubridad pública a la protección social en salud. Salud Pública de México, 61(2), 123-140. https://doi.org/10.21149/10122
- Hernández, G. (1955). Trabajo estadístico de la incidencia de la lepra en Ecuador. Boletín de Informaciones Científicas Nacionales, (Publicación de la Academia de Ciencias del Ecuador), 170-210.
- Pérez, I. (1939). La sanidad en el Ecuador: zona del litoral. Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana, 8(3), 719-722. https://iris.paho.org/handle/10665.2/14665
- Prieto, M. y Páez, C. (2017). La Misión Andina en Ecuador: doble delegación femenina y sentidos de Estado. En El Programa Indigenista Andino, 1951-1973 (pp. 111-158): FLACSO; Instituto de Estudios Peruanos.
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